El amor es visible. Lo podemos ver muchas veces más claramente que sentir. El amor es visible, un rendirse diario.
Rendición que conlleva entrega, no derrota. Rendición que nos hace fuertes y nos pone en pie después de que las rodillas estuvieron en contacto con el frío piso que recibió nuestras lágrimas mientras entregábamos nuestros corazones rendidos al Dios que primeramente nos amó en rendición.
Nos amó, podemos amar.
Nos conoció, ahora lo conocemos.
Lo conocemos, somos conocidos y lo podemos amar.
Pero también podemos conocer y reconocer a quienes nos aman sobre la superficie de esta tierra que, con amor, fue planeada desde antes de su fundación.
El amor de Dios es visible a nuestros corazones que por instantes —y en ocasiones— buscan con desesperación un lugar seguro donde puedan derramar su amor con libertad; y, saberse amados por igual.
El amor de Dios es visible, día a día y en toda su creación. El amor de sus hijos, nos hace conocidos a otros; otros conocerán que somos sus hijos por la forma de amar.1
Visible amor
Descubrí, amado mío, después de tantos años, que cuanto más te conozco, más te amo. Descubrí un sinfín de formas que me recuerdan lo visible que es el amor entre un par de pecadores redimidos, que con todo el corazón y entendimiento buscan glorificar al Dios que se entregó por amor.
Descubrí que en un mundo lleno de personas tan similares y desiguales puedo reconocerte. Aun si cerrara los ojos podría mirarte. Aún con las manos atadas, mi piel podría saberte cerca. Aún si no escuchara tu voz, el latir de tu corazón cercano a mí, me recordaría que eres tú, que nos pertenecemos y que somos uno.
Eres mi hogar. Te conozco. ¿Lo suficiente? Te conozco plena y profundamente.
Desde las risas superficiales y generosas, hasta los más profundos lamentos.
Conozco tu cálido abrazo y la dulce fuerza que ejerces para atraerme a ti.
Conozco tu ser, tus labios que oran y claman por mí.
Conozco tus ojos con mirada profunda y en ocasiones ausente; en ellos reconozco la capacidad que tienes de observar en mí lo que nadie más ve.
Conozco tus brazos que me rodean y envuelven porque eres mío, soy tuya, somos un hogar.
Puedo cerrar los ojos y reconocer tu voz entre la multitud que grita y distrae. Corazones vacilantes.
Conozco tu poesía y la manera pacífica en que duermes. Te conozco y reconozco de día o noche. Sé de memoria la forma en que anidas tus manos cuando incómodo estás.
Conozco la forma sutil en que miras mis labios en señal de que la prudencia debe hacerse presente, justo cuando no debo dejar de hablar.
Conozco tu corazón y cómo se ha ido moldeando y endulzando con el amor de Dios. Gloriosa verdad.
Conozco tus angustias y quebrantos. Tus lágrimas dulces y amargas, tus risas ahogadas cuando en realidad quieres llorar.
Reconozco tus fortalezas porque me has hecho parte de ellas; así como las debilidades en las que su gloria se manifiesta.
Conozco el lado vulnerable que no todos ven. Tu corazón depositado en las manos del único que puede restaurarlo y hacerlo latir de corazón a corazón. Sacrificio perfecto.
Conozco lo que ama y anhela tu alma, lo que teme y honra también. Las noches en vela y las tardes de verano con aroma al Creador.
Podría dibujar tu rostro, si supiera, y el contorno de tus labios por doquier.
Te conozco mejor que antes porque te he visto morir una y otra vez; día a día, vez tras vez. Un morir a ti y el nacer a una nueva vida plena en Cristo, donde juntos y despacio vamos de la mano por el camino angosto. Porque de paso estamos, somos neblina, gris tormenta.
Te conozco y reconozco, somos uno en Cristo, con Él y en Él. Eres mío y soy tuya. Desde el alba del día, hasta el ocaso de mi vida, te conoceré y reconoceré porque la imagen del Dios que tuvo a bien unirnos crece cada día en ti y en mí.
Somos una obra en construcción, qué gran dicha la mía ver tu transformación en primera fila. Solo Dios… El amor es visible. Lo podemos ver muchas veces más claramente que sentir. El amor es visible, un rendirse diario, una entrega plena, un te amo sin voz.
En Su gracia
KF
Juan 13:35