Comenzaba a dormitar cuando el rin rin de la campana escolar anunció el inicio de las clases. Me puse en pie y comencé a caminar muy lento con la mirada baja, aún pensaba en las palabras: «Sé sensible y ama». Quería hacerlo, en verdad quiero experimentar esa forma de amar, quiero amar a otros a través de la paciencia, total… ¿qué podría pasar? El amor nos lleva a la felicidad ¿no es así?
—Catalina ¿estás bien? —escuché la voz de mi amiga Lucía justo detrás de mí—.
—¡Hola, sí estoy bien! Es solo que traigo unas cuantas cosas en la cabeza, pero todo bien. ¿Tú, cómo has estado? ¿Qué tal tu finde? Vi algunas fotos en tu Instagram, vi que saliste de la ciudad.
¡Bien jugado, Catalinita! —pensé para mis adentros—. No quería ser interrogada acerca de por qué caminaba como zombie rumbo al aula de clases. No quería dar explicaciones, así que me convino cambiar la atención hacia mi interlocutor, de esa forma puedo controlar la conversación.
—¡Sí, fue un finde maravilloso! —se le iluminó la cara—. No sabes, Cata, salir de este lugar tan lleno de ruido y luces brillantes es algo que todos deberíamos de hacer por lo menos una vez al mes. Estoy segura que te haría mucho bien —dijo con voz pausada—, sé que eres como un ratón de biblioteca, siempre entre libros, café y luz cálida. ¿A qué hora vives? —arqueó la ceja—.
¡Touché, Catalina! No te funcionó girar la atención, ni siquiera eres quien controla nada —me recriminé por ser tan ingenua—. Además me dijo ratón e infiere que no vivo, o algo así… En conversaciones como esta recuerdo que estoy de acuerdo con Lord Byron cuando dijo: «Solo salgo a renovar la necesidad de estar solo».
—Ah, sí, sería bueno salir un día de esta caótica ciudad para visitar aquel cuchitril del que hablas.
Golpe bajo, bien Catalina, bien. Parecía que alguien me aplaudía por dentro, pero era mi corazón latiendo muy rápido. Creo que es la adrenalina por vengarme poquito. Quise reír, pero me contuve.
—No es un cuchitril, es un lugar entre nubes y montañas, frío y lleno de vegetación, así como los lugares que continuamente dices que son el paraíso para ti. Creo que deberías ir, sé que te encantará —dijo con una voz tan dulce que hasta me dolieron los dientes—. Si te animas —continuó— déjame saber, y en dado caso, nos vamos juntas un fin de semana, verás que sí será como estar en el Edén.
—Al este del Edén, seguramente —dije entre dientes—.
—Sí, o al norte, donde prefieras. Tú me dices y será un gusto poder acompañarte —sonrió—. Y, ¿por qué estabas tan pensativa?
—¡Ah, casi lo olvido! Tú sabes que acostumbro a escuchar audiolibros cada mañana mientras camino hacia la universidad; bueno, hoy no fue así, escuché el podcast de una terapeuta que me apareció como recomendación en la aplicación. Me alegro de no haberla cerrado sin escuchar, mira que estaba hablando de un tema que me cautivó desde el inicio hasta el fin —dejé de caminar y continué—. Ella hablaba de una forma de amar que yo desconocía hasta el día de hoy. Se trata de amar a través de la paciencia, ¿lo puedes creer? Amar a través de la paciencia. Me impactó.
—Entiendo… ¿Recuerdas el nombre del podcast o de la terapeuta? Quisiera escucharlo.
—Lo siento, no lo recuerdo, pero algo hablaba de que el amor es paciente y se muestra de diversas formas y una de ellas es en la paciencia.
—Hablando de paciencia, ¡Catalina, nos dejarán fuera de la clase de Matemáticas! ¡Corramos! —gritó mientras corría—.
Tomé mi mochila y corrí con todas mis fuerzas rumbo al aula de clases, sentía mi corazón latir con fuerza en mi pecho, mi aliento agitado era cálido, contrario al clima frío. Mi cabello volaba acompañando el ligero viento en contra; veía a Lucía correr delante de mí, iba sonriendo, parecía feliz, siempre parece estar feliz y no entiendo por qué. Cruzamos corriendo el jardín donde almorzamos todos los días, corrimos y por primera vez en mucho tiempo disfruté esos instantes fuera de mi biblioteca, mi refugio seguro. ¿Qué está pasando? Hay algo extraño en esa chica, siempre que estoy con ella cosas raras me suceden, mis emociones se alteran. No me disgusta, en absoluto, pero me desconcierta.
—¡Corre, Catalina, corre!
Lucía agitaba su mano derecha mientras detenía la puerta del salón con un pie para que pudiera entrar y no perderme la clase. Hice un esfuerzo mayor y llegué justo a tiempo. Me detuve, estaba agitada como nunca antes, puse las manos en mis rodillas para recuperar el aliento. Lucía reía, no sé si se reía conmigo o de mí, pero en instantes me uní a su risa. Reímos mucho, muchísimo. Nuestros compañeros de clase y el profesor nos pedían que guardáramos silencio, pero nos era imposible dejar de reír, así que optaron por expulsarnos del salón. Afuera nos tumbamos en el césped, seguimos riendo hasta que el dolor en el diafragma nos obligó a dejar de reír. Suspiramos. Mientras recuperábamos el aliento, aún tumbadas en el césped, no pude dejar de admirar el cielo una vez más. No cabe duda que podría vivir sin ver el mar, pero nunca sin ver el cielo.
—Catalina, ¿qué piensas? —Lucía me miró con sus enormes ojos verdes—. Me intriga saber qué hay dentro de esa cabeza, que hay en tu corazón. En verdad quisiera conocerte y saber más de ti. ¿Podríamos ser amigas?
Una pregunta que no creo estar lista para responder…
KF
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