La mañana llegó más fría de lo usual. No había viento, pero el rocío matutino calaba los huesos. Algo raro había en el ambiente. Los cielos se iluminaban poco a poco y las nubes que cubrían el firmamento estaban en calma y en paz. Pero de la nada, la piel se me puso como de gallina. Mal augurio —pensé.
A mis ojos era una mañana tranquila, de esas en las que puedes pasar más tiempo observando y admirando los cielos con una taza de café que, dicen los que saben, es lo mejor para comenzar el día. Era una mañana en las que si se pudiera pararía el reloj porque la omnipotencia de Dios es evidente en el cambio de colores, de luminiscencia entre las nubes, en los sonidos que comienzan a dejarse escuchar entre cantos de pájaros y el palpitar de un corazón que se maravilla de la creación y el sustento de tan majestuosa obra.
Todo parecía ir bien, el día había comenzado y salí rumbo a la universidad. Caminé con paso lento. Acostumbro salir con bastante tiempo de anticipación porque tengo la buena —o mala— costumbre de querer llegar antes de que inicien las clases; son minutos que aprovecho para leer un poco mientras mis compañeros de clase van llegando uno por uno.
En el trayecto escuché el podcast de una terapeuta. El episodio se trataba de las formas sencillas en las que podemos mostrar amor a nuestros semejantes, a nuestro prójimo. Ella hablaba de las formas prácticas en las que se demuestra el amor sin tener la necesidad de decir: te amo. Agucé mis oídos porque siempre es bueno conocer de qué formas podemos ser más humanos para mejorar nuestro entorno —o el mundo— aunque sea un poco.
La terapeuta hablaba con templanza y autoridad, daba ejemplos prácticos con los que, sin duda, capturó mi atención de inmediato. Ella mencionó que una de las tantas formas de amar era mostrándonos pacientes con los demás. Debo confesar que dudé de eso, me cuestioné para mis adentros porque aunque lo que ella decía da la impresión de que es muy sencillo de realizar, no logro entender bien a bien ¿qué tiene que ver la paciencia con la forma de mostrar amor?
Seguí escuchando. La terapeuta mencionó que la paciencia es una forma de amar porque pensamos más en la otra persona que en nosotros mismos. Es una forma de decir «me importas, tengo tiempo para ti». Dio un ejemplo, ella mencionó que mostramos amor al ser pacientes con aquellos que están aprendiendo de nosotros. Ella dijo: «Es muy sencillo perder los estribos cuando hemos invertido tiempo en enseñar o modelar algo y vemos que fallan, que no entienden bien las instrucciones, que hay que volver a explicar una y otra vez cosas que a nuestros ojos ellos ya deberían saber hacer».
No había pensado en eso. Muchas veces he perdido la paciencia cuando alguno de mis compañeros de clase no entiende muy bien cómo es que se debe hacer tal o cual cosa y el profesor invierte más tiempo en explicar nuevamente. Incluso he llegado a enojarme porque la inversión de tiempo en ellos, a mí me hace frenar. Me impacienta mucho. Tampoco he sido grosera, sinceramente, pero en mis adentros sí he pensado cosas que no me atrevería a decir en voz alta delante de ellos.
No sé cuánto tiempo caminé absorta en mis pensamientos, pero cuando me di cuenta, ya estaba sentada en la fría banca de concreto frente a mi salón de clase. Estaba a punto de quitar el podcast para entrar a escribir una frase motivacional en mi Twitter, cuando la terapeuta dijo: «Hoy intenta amar a través de la paciencia. Camina más lento, escucha más, observa con detenimiento a quienes te rodean, sé sensible y ama».
«Sé sensible y ama». Esa frase se quedó retumbando en mi cerebro. De hecho, hacía eco dentro de mí. Apagué la aplicación del podcast, me quité los audífonos y los guardé con cautela. ¿Cómo algo tan sencillo estaba haciendo estragos en mí? ¿Por qué una enseñanza tan simple se sentía como si cayeran cientos y cientos de litros de agua helada sobre mí? No lo entendía. Cerré los ojos y eché el cuerpo para atrás; necesitaba desconectarme un poco para poder pensar con claridad.
Creo que cayó ese peso sobre mí porque no pensé que algo tan sencillo tuviera tanto poder para mostrar amor. Es verdad que otras personas han sido pacientes conmigo y me he sentido superbién; de hecho, me hace sentir feliz cuando alguien me muestra paciencia cuando tiendo a dispersar mis pensamientos. Sí, gracias al TDA.
Entonces, ¿por qué a mí me cuesta trabajo amar a través de la paciencia? Mea culpa… ¡Qué terrible es ver lo malo que hay en mi corazón! Sobre todo, cuando tiendo a buscar la perfección y hacer las cosas lo mejor que puedo; saber que en cosas tan sencillas, fallo, no es algo que me guste aceptar.
Mientras meditaba en silencio y en el secreto de mis pensamientos escuché el bisbiseo de mis compañeros que se me unían a la espera de la campana que anuncia el inicio del día escolar. No abrí los ojos. ¿Será acaso que hoy pueda —como dijo la terapeuta— amar a otros a través de la paciencia? Tengo un poco de temor a lo que pueda suceder. Al final, espero que la piel de gallina que experimenté en la mañana no sea un mal augurio como pensé. Ya Dios dirá…
KF
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¡Gracias por leer!
Muy de acuerdo con la terapeuta. De hecho, yo mismo por primera vez estoy aprendiendo (sin tanto esfuerzo como hubiera pensado de primeras por ser una impaciente patológica) a amar con paciencia... y esperar sin prisa cuando mi chico necesita mas tiempo del que yo necesito para algunas decisiones, acciones, etc... y lo veo igual con él... y su paciencia en otras cosas... Y será porque nunca he tenido paciencia para nada que a mi me parece muy bonito haber descubierto que para amar sí la tengo 🙂. Gracias por tu post.