Pensé que había algo mal en mí cuando prefería estar a solas en mi habitación leyendo, escribiendo o simplemente pensando e interiorizando. Pensé que había algo mal en mí cuando el ruido blanco era un descanso a mi agitado y fragoroso día. Pensé que había algo mal en mí cuando disfrutaba el sonido del viento a solas e imaginando historias que recreaba en mi mente una y otra vez.
Pensé que había algo malo en mí cuando estar acompañada de otra persona provocaba en mí sudoraciones, taquicardia y angustia. Pensé que había algo malo en mí cuando la cercanía de las personas me provocaba una sensación extraña e incómoda en mi cuerpo, tanto que me es difícil describir con palabras. Pensé que había algo mal en mí cuando esa sensación me llevaba a juguetear con mis dedos, a ocultar mis pulgares en la palma de mis manos, a morderme los labios.
Pensé que había algo mal en mí al experimentar todo eso, así que lo oculté, por vergüenza, pero también para no parecer rara y antisocial. Fui intencional al estar con personas para obligarme a no permanecer sola durante mucho tiempo. Comencé a siempre tener música cerca de mí, a cantar a todo pulmón y disfrutar de los talentos de otros al hacer ruido.
Reduje el tiempo en el que interiorizaba y recreaba historias en mi mente, cambié esa práctica y comencé a hablar y hablar y hablar con personas que les gusta mantener conversaciones por horas. Fue grato para mí tener personas cerca con quienes podía conversar, sentir cercanas y tener contacto físico. Fue lindo saber que la cercanía es una forma de amar a los demás, de demostrar cuánto nos importan y que estamos, estando.
Dios me ha ayudado a estar rodeada de personas sin experimentar angustia; sin sufrir por dentro, sin sentir ese nudo en la garganta por querer salir corriendo a mi hogar. Dios me ha bendecido con una familia en Cristo con la que amo estar horas y horas en comunión, sin temor, sin angustia, sin quebranto.
Poco a poco he ido aprendiendo a conocer mi corazón y a ponerle nombre a mis sentimientos; poco a poco he ido del fruto a la raíz. Hoy entiendo que en muchas ocasiones el temor a no ser suficiente a las demás personas, hacía acto y presencia en esa introversión, en esa soledad que tanto amo y disfruto.
Aún se hace presente, pero he logrado identificarlo y hablarlo con quienes están conmigo sin temor a ser avergonzada porque hemos recibido el regalo de la transparencia, la vulnerabilidad y el saber que somos amados por quienes somos en Cristo, nada más. He podido identificarlo, pues sin estar consciente al cien por ciento, muevo los dedos de mis pies de arriba hacia abajo mientras convivo con otros; es tan fuerte lo que experimento que he roto un par de tenis.
Un par de tenis son la evidencia de la gracia de Dios, porque me recuerdan que he estado con suficientes personas conversando acerca del Dios que tanto amo, que he dejado de lado mi guarida, mi refugio y donde encuentro tranquilidad y seguridad físicamente, para externar con otros que Cristo es suficiente, mi único refugio y quien me da seguridad en esta tierra y en la que vendrá.
El evangelio lo cambia todo, incluso la forma en la que nuestros miedos, angustias y temores se hacen evidentes para llevarlos a la cruz y entender que aun en eso necesitamos a Cristo. No he dejado de disfrutar la soledad y de interiorizar, pero hoy por hoy también disfruto la compañía de otras personas que son un destello de gracia a mi vida y a quienes espero bendecir también.
Pensé que había algo mal en mí en la forma en como experimentaba estar a solas y con personas; eso no era lo malo, lo malo era la culpabilidad, la vergüenza y la tristeza que causaba en mí. De cierta manera estaba renegando de la forma en que Dios me había creado, esa forma que me ha llevado a los pies de la cruz a clamar por su ayuda y gracia más veces de las que puedo contar en este espacio.
Bien dijo el apóstol Pablo en Romanos 8:28-29, y lo parafraseo: Todo ayuda a bien a los que amamos a Dios, los que hemos sido llamados de acuerdo con sus propósitos para ir siendo conformados más a la imagen de Cristo, un día a la vez… Si no tuviéramos necesidad de ser cambiados continua y constantemente, no necesitaríamos a Cristo durante nuestro peregrinar en el camino angosto. Gloria a Dios porque ahora a la luz del evangelio, con todo y nuestras fallas y fracasos, tenemos esperanza y hallamos descanso en las manos que sangraron por nosotros.
En Su Gracia
KF
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Gloria a Dios! gracias Karla, en el momento exacto este escrito ha llegado a mi vida y te escribo con lágrimas en los ojos, porque me he sentido exactamente así. Necesitaba estas palabras. Muchas gracias, un abrazo.