Qué difícil es creer en el amor cuando el objeto de tu amor te ha lastimado.
Qué difícil es amar a otros cuando no te has sentido amada.
Qué difícil es amar a manos llenas cuando has tenido que mendigar amor.
Qué difícil es sumergirte en las profundidades del amor cuando otros han anclado tus pies a la arena.
Qué difícil es amar con plenitud cuando otros han puesto en duda tu amor.
Qué difícil es amar con libertad cuando en nombre del amor te han mantenido presa.
Qué difícil es decir: ¡Te amo!, cuando otros han roto tu corazón.
Podría parecer que no hay esperanza para el mundo cuando el amor parece escasear, condicionarse o lastimar. Esa es la realidad del mundo en el que vivimos, el amor se enfría, en su nombre se lastima a otros, se humilla, se abusa; sin embargo, es una versión distorsionada del verdadero amor.
Aquél que se da por otros, que sufre por los demás, que llora, que ríe, que abraza, acompaña; un amor tan grande que piensa en el bienestar de los demás porque sabe que dentro de sí hay tanto amor que puede ser derramado y compartido porque al dar amor, este se multiplica.
Hoy vemos en el mundo la expresión del amor de manera que lastima, pero si abrimos bien los ojos, si nos concentramos en el amor que viene del evangelio, podremos ver destellos de gracia en aquellos que nos rodean.
Destellos de gracia que nacen de corazones que se saben amados por el Creador del universo, destellos de gracia que habitan los corazones de quienes tienen la imagen del Dios que es amor.
Destellos de gracia en el amor que nos damos los unos a los otros, ahí podemos ver a Dios de manera tangible. Destellos de gracia que nos recuerdan que hay un amor mayor que nos llena y nos lleva a amar porque entre ellos y nosotros está Cristo mismo.
Destellos de gracia donde podemos alumbrar los corazones de un mundo raquítico de amor por los demás. Destellos de gracia derramados desde la Cruz del calvario, a manos llenas, sin condición, sin presunción.
Desde la Cruz fluye un amor mayor, aquel que no falla, que no lastima, que no nos olvida; un amor que no mendigamos, en el que nos sumergimos, un amor en plenitud, que nos completa, nos da libertad. Un amor que nos grita y nos llena al saber que le pertenecemos y que hemos sido amadas tanto como Cristo es amado por el Padre:
«Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado» (Juan 17: 23).
En Su Gracia,
KF
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