—Qué complicados somos los seres humanos —dije.
—Unos más que otros —alguien me corrigió.
Aunque pareciera que somos tan parecidos unos a otros porque contamos con características similares e incluso gustos y preferencias casi idénticas, la realidad es que somos diametralmente distintos; esto podría inferir en que solemos ser complicados unos con otros. Pero ser distintos o complicados es un detalle lleno de gracia.
Cuando niña, anhelaba tener amigas parecidas a mí; es decir, esperaba que les gustara lo mismo que a mí, que amaran andar descalzas la mayor parte del tiempo, que amaran ver el cielo, amaran las nubes y amaran el viento tanto como yo.
Me habría encantado tener una amiga que gustara de tumbarse en el césped horas y horas sin necesidad de conversar, sino solo juntas poder admirar el cielo cambiar y escuchar el susurro del viento que acaricia suavemente las mejillas con el bailar del cabello sobre ellas.
Pero esa amiga en mi infancia, nunca llegó.
Todas las niñas que conocí eran tan, pero tan diferentes a mí. Era complicado estar mucho tiempo con ellas, temía hablar y ser como soy porque podría estropear todo con mi rareza andante. En un mundo tan raro, con personas tan diferentes a mí, era complicado permanecer y pertenecer. Prefería estar a solas.
Cuando jugaba, solía imaginar amigos; sin embargo, no eran amigos imaginarios como los que sé que muchos niños tienen y crecen con ellos en su imaginación. Cuando imaginaba a alguien solo existían por un breve espacio de tiempo y después los olvidaba. Siempre prefería la soledad; era mi lugar y mi espacio seguro.
La mayoría del tiempo hablaba conmigo misma, interiorizaba —una práctica que hasta hoy conservo—, me hacía preguntas que muchas veces no tenían respuestas. Me disgustaba por mi falta de conocimiento en el tema y mi poca capacidad de responder a mis propios cuestionamientos.
Somos complicados, incluso con nosotros mismos. O quizá deba decir: Soy complicada, incluso conmigo misma.
Pero, como mencioné anteriormente, ser distintos es un destello de gracia. ¿Te imaginas tener cientos de millones de personas exactamente iguales habitando el planeta tierra? ¿Qué tal que todos fueran exactamete iguales a aquella persona que no toleras? ¿Y si fueses tú? ¿Y si fuera yo?
Con un planeta habitado con personas en serie, con las mismas características, los mismos gustos, los mismos pecados, las mismas manías, miedos, sueños y anhelos, ¿cómo sería?
¿Cómo funcionaría el mundo? ¿Habría más orden? ¿Más limpieza? ¿Habría puntualidad extrema? ¿La procrastinación sería una religión? ¿Habría más amor? ¿Más perdón? ¿Cuánto tiempo pasaría para que hubiera un desacuerdo? ¿Se acabarían las excusas? ¿Cesaría el chisme? ¿Habría más armonía o todos vivirían sin dirigirse la palabra? ¿Buscaríamos exterminar nuestra propia especie? ¿Cómo sería un mundo donde todos fueran como yo?
Podemos estar seguros de que aunque pareciera una idea fantástica tener a personas muy parecidas o casi idénticas a nosotros para estar seguros, cómodos y sin problemas, en algún momento esa idea utópica será un caos total. La respuesta a un mundo complicado, con personas complicadas, no es un mundo lleno de personas similares a nosotros, sino el amor unos por otros en respuesta al amor que hemos recibido de aquél hombre que nos modeló cómo se debe amar. El hombre que es la encarnación misma del amor: Cristo.
Necesitamos a Cristo.
Sin Él, no entenderíamos cómo luce el amar hasta la muerte. No entenderíamos cómo el amor cubre multitud de faltas. No entenderíamos cómo el amor nos lleva a lavar los pies y servir a aquel que en algún momento nos puede traicionar. Sin Él, el amor sería solo un eco en la obscuridad, algo de lo que escuchamos pero no logramos palpar.
El amor que recibimos de Él nos lleva a amar a otros. A los similares y a los desiguales; a los que nos hacen sentir cómodos y a los que nos incomodan; a los que amamos sin saber por qué y a los que nos cuesta amar de primera instancia. Es su amor el que permea y transforma un corazón duro, frío y de piedra por un corazón de carne, que late y palpita amor. Amor del bueno.
Algo más que agregar… El mundo sí está lleno de personas idénticas a nosotros, no en gustos, preferencias o físicamente, sino en escencia. Todos somos pecadores, todos tenemos la misma naturaleza pecaminosa, todos somos capaces de hacer cualquier cosa. ¿Qué es el hombre para que Dios se acuerde de nosotros? Pero Dios, en su grande amor, nos ha limpiado y lavado; y, aunque nuestros pecados eran rojos como la grana, nos ha lavado y ahora somos blancos como la nieve. Por su bondad, por su gracia, por su amor…
Somos complicados, sí. Pero en Cristo hemos sido amados, transformados y día a día, vez tras vez, seremos perfeccionados por y para Él. Un día a la vez, sin prisa, pero sin pausa y volveremos a Él, para ser lo que debimos ser; para vivir la vida que debimos vivir.
En Su Gracia
KF
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Me encantó. Dios nos ayude a valorar más nuestras diferencias y a a aprender a amarnos en medio de ellas. Nos necesitamos unos a otros y así como Dios diseñó el cuerpo con diferentes miembros y cada uno es importante, hizo a cada persona de una manera especial para cumplir un rol y servirnos mutuamente. Gracias por recordarnos que somos iguales en esencia--pecadores--, pero podemos ser transformados para reflejar nuestra semejanza a Cristo. Un abrazo