“Somos como mosaicos” —dijo mi amiga Jimena mientras hablábamos de la importancia de la comunidad en la iglesia local—.
La realidad es que es así, cada uno de nosotros antes de escuchar el evangelio éramos personas rotas, sin uso, independientes y solitarias. Pero por la obra de Cristo en la cruz hemos sido unidas en Él; somos piezas únicas que reflejan la imagen del Creador y unidas unos con otros, en la cercanía y el permanecer juntos, reflejamos la gloria de aquel que nos unió. Así como un Mosaico.
Sin embargo, me encanta la idea de pensar que cada uno de nosotros somos como mosaicos; todos tenemos incrustados —por así decirlo— en nuestro ser, fragmentos de otros, memorias, hábitos, prácticas que se nos han quedado y que ahora son parte nuestra.
¡Qué bendición saber que llevamos en nosotros partes minúsculas —quizá— de otras personas, pero significativas en nuestro corazón!
Algunas de mis piezas son estas:
Cuando estoy nerviosa jugueteo con mis pulgares porque eso mismo hacía mi papá.
Para mí la temperatura perfecta para el agua del café soluble es cuando rompe el hervor, porque eso lo aprendí de mi segunda madre.
Cuando cocino algún platillo con varios ingredientes, lavo, pelo, corto y pico todo lo necesario y después lo cocino todo al mismo tiempo en la cacerola porque así lo hace la chef de la familia y, le aprendí.
Todos los días me recuerdo: “Esto también pasará” porque es el lema y lo que siempre nos dice mi hermana la podcaster.
Acostumbro a beber un vaso con agua antes de dormir porque eso hacía mi mamá para limpiar sus riñones mientras dormía.
Cuando juego dominó siempre busco la ficha con 4 y 3 porque es la que tenía como pieza de “jugada secreta” con mi amigo el gallego, hace 25 años.
En mi Biblia siempre escribo la fecha en la porción que leo, así como el nombre de la persona por la que estoy orando porque mi primera compañera de oración hacía eso.
Los domingos en casa se llaman: “Domingos de persecución” porque mi mejor amiga y yo los llamamos así cuando salíamos a pasear en mi carro hace treinta años.
Mi seudónimo es “Karlowsky” porque así me llamaba mi amigo “Betowsky” en la universidad.
Todas las mañanas abro las ventanas porque así se sale el “olor a cama”, como decía mi mama Jose.
Acostumbro a cantar a todo pulmón mientras cocino porque eso mismo hacía mi mamá.
Aprendí que los conejitos Turin se comen primero por las orejas, luego la cabecita y después el cuerpo.
Digo: “Ya estás peinada pa’tras” en lugar de decir “de acuerdo”, porque mi hermano mayor así lo hace desde que tengo uso de razón.
Cuando estoy triste escucho a Neil Diamond porque mi esposo canta sus canciones y escucharlo me recuerda que estoy segura, estoy en mi hogar.
Cuando me bloqueo mientras escribo, para desbloquearme escribo algo aleatorio —como esto—, o una carta, mis memorias, un poema o algo diferente al tema que escribo para “dejar dormir” el tema que desarrollo. Eso lo aprendí de mi editor: “La leyenda” Mendoza.
Escribo memorias, comparto atardeceres y cuento historias porque no quiero olvidar la gracia y bondad de Dios en los próximos años; eso lo aprendí en mi Biblia.
Gracia sobre gracia. Somos como pequeños mosaicos en construcción; somos parte de un gran mosaico que también está siendo moldeado y pulido en este tiempo para encontrarnos unidos y perfectos cuando por fin vivamos eternamente junto a nuestro Creador.
¿Qué llevas tú? ¿Cuáles son algunas piezas de tu mosaico?
En Su Gracia.