Si mi hermana viera que a estas horas de la tarde sigo en pijama, sin peinarme, con calcetas sin pantuflas, con la máscara para pestañas delineando perfectos surcos secos en mis mejillas por el llanto incontrolable de anoche, seguramente me diría que parezco “la loquita del centro”. Pero, ella no está aquí y espero que no llame ahora porque estoy a tiempo para comenzar a preparar el postre favorito de Miguel. Si me apresuro, seguramente habré terminado justo a tiempo para darme un baño y arreglarme para cuando él vuelva. Podría bañarme ahora, pero temo que si me demoro, el arroz con leche no tendrá la consistencia que a él tanto le gusta.
Hace tanto que no preparo ese postre que necesito estar concentrada en cada paso y cada ingrediente que lleva porque puede quedar insípido o demasiado cocido. No es una ciencia preparar arroz con leche, pero, con lo distraída y olvidadiza que soy, me es muy difícil concentrarme, pues no puedo quitar de mi mente sus ojos. La última mirada que nos dimos fue breve, con pena, una mirada que estaba cargada de dolor y un toque de rencor también. Fue hace tanto tiempo, que no sé como podré mirarlo a los ojos sin soltarme a llorar.
Cuando las parejas se juran amor eterno, por lo regular lo hacen cuando el amor está a flor de piel, cuando las emociones brotan por los poros, cuando todo parece perfecto, un sueño que se ha hecho realidad. Pero me pregunto si acaso será mejor jurarse y prometerse amor eterno cuando las cosas están en declive, cuando todo parece estar terminando. ¿No será mejor esforzarse y quedarse cuando parece que el amor ha ido saliendo poco a poco de nuestra piel? Quizá sea mejor dar un paso adelante para corregir la imperfección que ha quedado descubierta; quizá juntos podamos despertar de ese sueño irreal, imperfecto, efímero para comenzar a vivir la vida real y, entonces, de verdad vivir el amor real.
Quizá…
La última vez que hice arroz con leche, estaba de mal humor. No quería pasarme dos horas en la cocina; pensaba que era una pérdida de tiempo porque Miguel no tenía el detalle de agradecer o de mencionar lo rico que había quedado. No sabía si lo había disfrutado, todo era tan rutinario y tan común que en mi corazón iba germinando una semilla de amargura. De haberme dado cuenta a tiempo, es probable que la habría arrancado de raíz, pero, por el contrario, esa semilla poco a poco fue germinando.
Ahora entiendo que hay cosas tan minúsculas que las podemos hacer parecer gigantes cuando tenemos el corazón, aunque sea un poco herido. Más aún, cuando en un matrimonio hemos dejado de pensar por dos y nos hemos centrado en nosotros mismos. Tal vez por eso es que en uno de los libros de la Biblia está escrito:
Más valen dos que uno solo, Pues tienen mejor pago por su trabajo. Porque si uno de ellos cae, el otro levantará a su compañero; Pero ¡ay del que cae cuando no hay otro que lo levante! Además, si dos se acuestan juntos se mantienen calientes, Pero uno solo ¿cómo se calentará? Y si alguien puede prevalecer contra el que está solo, Dos lo resistirán. Un cordel de tres hilos no se rompe fácilmente (Eclesiastés 4:9-12).
Nos necesitamos uno a otro para cuidarnos, apoyarnos y cuando algo está fallando, o incluso, cuando el amor parezca que se está escapando, será más sencillo levantarse uno al otro antes de que todo colapse.
Por poco lo olvido, debo comenzar a remojar el arroz para quitar el exceso de almidón. Siempre me pasa lo mismo, me adentro tanto en mis pensamientos que pareciera que se detiene el tiempo y después tengo que apresurarme a hacer lo que dejé pendiente. Es curioso, alguna vez escuché que las mujeres podemos hacer más de dos cosas al mismo tiempo, pues la verdad es que ese no es mi caso, debo concentrarme en una sola cosa y después seguir con otra sino, todo me sale mal.
Como ahora, han pasado diez minutos después de que decidí no bañarme para comenzar a hacer el arroz y, mientras estoy en la cocina me doy cuenta de que nunca le agradecí a Miguel que haya decidido poner una llave con agua potable y caliente sobre la estufa; siempre pensé que era innecesaria, cuán equivocada estaba y cuán mal agradecida fui. En fin, ya habrá tiempo para agradecerle y aplaudir su buena decisión ¡gracias, Miguel!
Concéntrate, Julia —pienso para mis adentros—. Ya he puesto una taza de arroz a remojar en agua caliente, esto ayudará a quitar el almidón; de esa forma, cuando esté cocido no se hará una especie de masa de arroz, sino que quedará firme, suave y separados unos de otros. Justo en la encimera de la cocina dejé los ingredientes desde esta mañana, en verdad quiero sorprenderlo. Veamos, tengo todo, no olvidé nada estoy segura.
1 taza de arroz.
3 tazas de agua.
1 pizca de sal.
Cáscara de un limón.
2 rajas de canela.
3 tazas de leche de vaca
1 lata de leche condensada.
1 lata de leche evaporada.
1/3 taza de pasitas o arándanos secos.
¡Listo! Para ahorrar tiempo —¿ahorrar o aprovechar?— bueno, para aprovechar el tiempo usaré dos cacerolas y no solo una. Espero que mi plan funcione y no termine crudo y apelmasado al final. En esta ocasión usaré las cacerolas grandes de teflón que mi hermana me regaló cuando se mudó de ciudad; nunca las usé porque no quería que se me despostillaran. ¡Bah, qué tontería! Hoy las usaré. Para eso son las cosas ¿no? para usarse.
Pues bueno, en una cacerola pongo las 3 tazas de leche de vaca junto con la lata de leche condensada y la lata de leche evaporada; debo mezclarlas muy bien para que el azúcar de la leche condensada no quede al fondo de la cacerola y se queme, queda insípido o en el peor de los casos, amarga el arroz. Las dejaré calentando a fuego medio para que al hervir no se derrame sobre mi estufa limpia. En otra cacerola agrego las 3 tazas de agua con la cáscara de limón, las dos rajas de canela y una pizca de sal; estas las dejaré hervir a fuego alto y cuando suelte el hervor taparé la cacerola, así el sabor de la canela se intensificará. ¡Soy un genio!
Resta esperar y mover de vez en cuando la leche para evitar que se pegue o que se derrame. Esperar… ¿Cuántas veces habrá repetido Miguel que me esperaría? Quisiera regresar en el tiempo y cambiar todo lo que hice mal, lo que hicimos mal. Pero eso es imposible.
Mientras espero que el agua con canela hierva, me prepararé un café.