Supe que cuando estabas soltera y más joven, tenías miedo a ser mamá. Supe la angustia que desde ese entonces sentías tan solo de pensar que no podrías estar cuando tus hijos más te necesitaran.
Sin embargo, con el paso del tiempo, formaste un hogar y llegaron los hijos. Aquel miedo que sentías en tu juventud se hizo presente una vez más; ese miedo que se manifiesta clavando su aguijón con dureza en el estómago, ese miedo que manifiesta la inseguridad que se cuela desde la garganta hasta las manos que sudan y los pies que tiemblan.
Miedo que, dicen los que saben, solo nos recuerda y muestra que tememos perder algo que en verdad amamos y valoramos. Miedo que no nos aprisiona en nosotros mismos, sino que nos lleva a la presencia de Dios. Pienso que de a pocos vamos aprendiendo a descansar y poner todo en manos de Dios.
Cuando en medio de nuestros miedos aprendemos a descansar y depender en Dios, glorificamos Su Nombre. No es que sea algo sencillo de hacer, todo es, quizá, un proceso que avanza conforme le conocemos más a Él. Y lo has hecho muy bien.
Te he visto madurar en esa área, he visto como con el paso de los días y años, tu confianza en Dios ha sido mayor. He visto tus lágrimas ser derramadas por causa del cuidado soberano de Dios. He sido testigo de cuánto confías en Él. He visto también como en medio del temor, tu clamor ha sido mayor; y, eso, créeme, le da gloria a Él.
Bendigo a Dios porque he podido ser parte de los días que llorabas sin parar desahogándote por causa del dolor que, desde la rebelión en el Edén, viene con la maternidad. He podido escucharte gemir de dolor por cada uno de tus hijos y de clamar al cielo porque sus vidas sean transformadas y sus corazones renovados y regenerados por nuestro salvador y rey.
He escuchado tus oraciones por la salvación de tus hijos y también he escuchado cómo los entregas al Señor, sabiendo que es lo mejor que podemos hacer por ellos porque, si en Su voluntad está, ellos serán adoptados por Él para ser sus hijos ¡Oh, cuánta gracia!
Por eso quiero recordarte algo, Romanos 8:18 nos dice:
“Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada”.
¡Los sufrimientos en esta tierra no son comparados con la gloria que nos espera! No olvides que no siempre sufriremos, todo lo que pasa y hay en este mundo roto, nos apunta, nos recuerda y nos hace anhelar la eternidad. Bendita aflicción que nos hace depender de la gracia de Dios y desear el regreso de nuestro Salvador.
Tu dolor es conocido
Conozco el dolor que experimentaste cuando tu hijo amado decidió rebelarse y darte la espalda creyendo ser mayor sin serlo, conozco ese dolor que atravesó tu corazón. Quizá Dios nos permite experimentarlo para conocer un poco más de Él, de Su carácter y dolor cuando uno de sus hijos se extravía y le niega.
Conozco la sequedad de labios causada por la mirada furtiva, las palabras secas y crueles que tu pequeño desbordó sin control desde el fondo de su corazón. Esas manitas que hace poco tiempo no querían soltarse de ti, ahora te repelen sin piedad.
Conozco las lágrimas que brotan cual manantial desde los ojos que anhelan ver en su propio hijo con más claridad la imagen del Hijo de Dios que vivió, murió y resucitó por todos aquellos que estaban perdidos y necesitados de un Redentor.
Conozco el dolor que atraviesa tu alma cuando ves que tu hijo necesita de Dios tanto como tú le necesitas también. La rebeldía de él y tu corazón contristado necesitan del mismo Dios quien los creó tan similares, pero tan diferentes. Ambos necesitan del Dios que orquestó todo para que tú fueses la mamá de ese niño que se siente adulto sin serlo, el mismo que se reúsa a seguir siendo niño porque pide a gritos su libertad.
Una libertad que a la larga solo será cautividad, lo sabemos. Su corazón ardiente clama por libertad total, pero ¿será quizá que no logra encontrarla por no querer mirar la realidad de que se es libre no por lo que pudiera experimentar fuera de Dios, sino por lo que Cristo fue capaz de realizar?
Porque al final sabemos que solo en Él encontramos la verdadera libertad, esa libertad que debes experimentar tú al recordar que en sus manos están los días; los nuestros, los de nuestros hijos y los de todo el mundo (Sal. 31:15).
Tu dolor no solo es conocido por mí que te veo de cerca, que lloro contigo, que me duelo contigo y que comparto tus miedos. Tu dolor es conocido por el Dios que se ha acercado y se ha dejado conocer. Es por medio de Cristo que podemos acercarnos a Él y recibir consuelo y esperanza al saber que algún día todo dolor terminará y todo será como debía haber sido.
Viene el día en que ya no habrá lágrimas ni dolor, ya no habrá corazones rebeldes que se alejen de su Creador. Y, quiera Dios que, en su soberanía permita que nuestros hijos estén entre las filas de los redimidos.
Recuerda su soberanía
Recordar la soberanía de Dios nos debe dar paz y confianza de que todo ha sido planeado por Dios para nuestro bien y finalmente para Su gloria (Rom. 8:28). Quizá ahora no ves claramente hacia donde es que todo lo que vives se dirige, pero de que llegará a un lugar seguro, firme y anclado en Cristo, así lo será porque le perteneces.
Es tiempo de recordarle a tu alma que necesitas a Dios como desde siempre, recordarle que, gracias a Cristo, eres libre y tienes acceso al Padre. Recordar que es gracias a que el dulce Espíritu Santo mora en ti es que puedes cada día levantarte y continuar en pie, caminando con la mirada en alto, con el corazón latiendo y anhelando parecerte cada día más a tu Creador y seguir clamado por tus hijos, por verlos un día a los pies de la Cruz.
Tus lágrimas, tu sufrir, así como tus alegrías y sonrisas, glorifican a Dios. Hoy, la adolescencia y el corazón bullicioso de tu hijo, te han recordado la necesidad que todos tenemos de la Gracia y Misericordia de Dios y de que, sin poder evitarlo, el tiempo pasa y pasa de prisa. Por eso es que con urgencia vemos la necesidad de hablarle el evangelio a nuestros hijos, a los tranquilos y pequeños, a los adolescentes rebeldes y al adulto que ha dejado el hogar.
No desmayes, mujer. Cristo es suficiente, Su Palabra es verdad. Confiemos, descansemos en total libertad.
Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza.
Salmo 56:3
En Su Gracia
KF
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