Un día nuestros ojos fueron abiertos para darnos cuenta de que ya no necesitamos nada más para sabernos y sentirnos plenos. Ya no necesitamos correr tras el viento. Ya no necesitamos aferrarnos a lo que perece, a lo efímero de esta vida, porque lo banal de este mundo es viento en las manos.
Un día abrimos los ojos y el reflejo en el espejo ya no es nuestro enemigo, de hecho, llegamos a amarlo y cuidarlo porque hemos aprendido a ver la imagen de Dios en Él. Un día comenzamos a dormir sin miedo, sin incertidumbre, sin temor al futuro porque hemos entendido que nuestra vida y todo lo que en ella hay, le pertenece a Dios, Él tiene el control soberano.
Un día despertamos y dejamos de buscar nuestro sentido de pertenencia y propósito en los seres creados, porque hemos entendido que Dios nos tiene esculpidos en las palmas de sus manos; no necesitamos más, le pertenecemos. Su unigénito dio la vida por nosotros para poder ser llamados: hijos de Dios.
Un día dejamos de buscar la aprobación de otros porque el Cristo que resucitó de entre los muertos ha escrito nuestro nombre en los cielos; le pertenecemos al Creador del universo, por su gracia, por su bondad y amor.
Un día nos asombra la gloria de Dios manifestada en las pequeñas cosas que creó; nos asombran tanto como su creación rimbombante y excelsa al ojo humano. Nos maravillamos de la creación que da testimonio de la gloria de Dios; el gran «Yo soy» que en siete días, por su Palabra, el universo constituyó.
Un día dejamos de buscar cubrir la desnudez que emana del pecado porque hemos entendido la maravillosa obra de justificación que Cristo ha hecho por nosotros. La desnudez que provoca el pecado ha sido cubierta completa y perfectamente por Él.
Un día a la vez nuestros pies se afirman, las rodillas endebles cobran fuerza y caminan con seguridad el camino que antes transitaban con vergüenza al sabernos rotos, heridos, defectuosos. Caminamos con la confianza de saber que Cristo, el evangelio, ha cubierto nuestra vergüenza cuando Él avergonzado fue en aquella cruz, en donde su último suspiro se escuchó y con el que el infierno hasta sus cimientos retumbó.
Un día, por gracia, nuestros ojos son abiertos para ver nuestras manos llenas de la bondad de Dios, de tener todo por gracia. Porque todo es gracia. Manos que reciben provisión, que claman y cantan del amor de Dios, que se levantan en adoración por quién es Él; por su gracia, por su bondad, por su amor.
Un día nuestros ojos son abiertos para levantar la mirada al cielo y derramar nuestro corazón en adoración, por recibir más bondad, gracia y misericordia de la que pudieramos ni siquiera en sueños haber imaginado. Un día nuestros ojos son abiertos para dar gracias y más gracias a Dios por darnos a Cristo, la señal más grande de su amor.
Un día, nuestro corazón fue transformado y logramos entender que no merecíamos a Cristo, pero nos fue dado. Cristo, por su inagotable e inmarcesible amor, se entregó a sí mismo a la muerte de cruz, caminando por su propio pie, fue; de su trono descendió. Sus pies pisaron esta tierra, su piel acarició el barro con el que al hombre en el sexto día creó; hombres y mujeres a los que a su imagen diseñó.
Su voz de mando en estos cielos se escuchó, sonrisa divina que a su creación Él brindó. Sus lágrimas derramadas se evaporaron en los aires que Él limpió cuando todo su cuerpo destrozado, por el perdón de nuestros pecados, soportó. Majestuoso Señor.
No te merecíamos, Cristo. Pero un día nuestros ojos fueron abiertos a esa gloriosa verdad, lo hemos entendido, nuestros corazones son tu habitación. Nos acercaste al Padre, nuestro corazón vida nueva recibió. Nuestra mente has renovado al escuchar tu voz escrita; es en nuestro corazón donde has sembrado el anhelo de ser más como tú, día a día hasta el día de nuestra glorificación.
Algún día, cercano o no, nuestros ojos serán abiertos y te contemplaremos tal cual vos sos. Miraremos tus ojos, aquellos con los que —en secreto y en silencio— contemplaste nuestro embrión. Escucharemos audiblemente la voz que con palabras escritas, en esta tierra, nos atrajo a tu corazón y, que a nuestra mente, pero más a nuestra alma, cautivó. Glorioso Señor.
Un día será como debía haber sido. Somos parte de la gran historia de redención y, qué gran dicha y bendición saber que no es por quienes hemos sido, no es por lo que hayamos conseguido; es por lo que un día sucedió en aquel Getsemaní que testigo fue de el más puro y perfecto amor que se desgarraba en medio de un insoportable dolor.
Un día abriremos los ojos y veremos completada la obra que Dios había comenzado cuando nos amó y a su mesa nos llamó. ¡Bendito Dios! Tu mirada en nosotros, con paciente santificación; sin prisa, pero sin pausa, un día a la vez porque por ti plenos estamos, completos somos. Te necesitamos aún, todo el tiempo, todos. ¡Ven pronto, Señor Jesús!
En Su Gracia
KF
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Amén hermana.
Gloria a Dios por tus escritos Karla, gracias a Dios por tu vida. Dios te bendiga.