Piensa en esto, cuando nos regalaron la oportunidad de comunicarnos en tiempo real con personas de cualquier parte del mundo a través de diferentes aplicaciones de redes sociales desde un dispositivo móvil, nadie nos dijo lo que en realidad nos estaban regalando.
El paquete incluye un grillete envuelto en comodidad y simplicidad; una cadena que trae en cada eslabón la necesidad de aprobación y de estar presente siempre; y, también incluye una mazmorra que asfixia lentamente y sin percatarnos.
Nadie nos dijo que el regalo que se nos estaba dando tenía un alto costo qué pagar a largo plazo. No se trataba solamente de: “Bienvenido a esta red social, aquí encontrarás gente de todo el mundo, estarás feliz, encontrarás libertad aún sin salir de tu hogar. Haremos lo posible para que tengas a la mano todo lo que necesitas y no tengas que preocuparte por salir ni perder tiempo”. —Eso de perder tiempo, causa un poco de escalofrío, pero seguro todos saben por qué—.
Nadie nos dijo que no solo nos regalarían una supuesta libertad y comodidad que traeríamos pegadas a las manos, se nos estaba obligando a comprar un accesorio necesario para hacer uso de ese regalo. Un accesorio que se ha convertido en parte de nuestras extremidades superiores; un artefacto frágil, lujoso que requiere muchos cuidados. Es nuestro, nos pertenece, aunque no sea parte natural de nuestro cuerpo; ese accesorio sin vida conoce todo de nosotros y guarda nuestros secretos.
Nadie nos dijo que nos estaban regalando una necesidad —irónicamente innecesaria— de mantenerlo actualizado con las aplicaciones del momento; nos regalaron la necesidad de tenerlo en línea todo momento. WiFi, datos móviles, lugares con internet ilimitado se convirtieron en nuestro lugar ideal.
Nadie nos dijo que nos estaban regalando la obsesión de responder cada notificación y ponernos al día con fotos, historias y comentarios que hicieran saber al mundo entero que existimos. Nos regalaron la paranoia incesante que provoca el no sentirlo en el bolso, en el pantalón o al no escuchar las alarmas que nos recuerdan que están ahí dependiendo de nosotras para subsistir. Nos regalaron la agonía que se sufre cuando pensamos que lo hemos perdido, nos lo han robado, que se caiga al suelo y brote en mil pedazos; o bien, la agonía de verlo nadando en aguas no cristalinas al fondo del escusado.
Nadie nos dijo que nos estaban regalando el miedo a ser descubiertos y revelar los secretos escondidos en las conversaciones de mensajería instantánea; en las imágenes tomadas de otras conversaciones que en teoría nadie debía compartir sin previamente avisar. Nos regalaron la facilidad de mentir, de ocultar, de difamar, de amar y odiar en secreto y con lujosa frialdad.
Nadie nos dijo que la libertad que nos prometían en realidad nos hacía esclavos por decisión propia. Nadie nos dijo que la comodidad y simplicidad terminaría poco a poco con la vida social real; las conversaciones sin máscaras, los abrazos cálidos y el compartir la mesa serían sustituidos por divertidos gifs´s o stickers para evitar hablar. Nadie nos dijo que a ese regalo no le importaría saber que fuimos creados para vivir en sociedad, en lo real; no en lo secreto, no en lo virtual.
Nadie nos dijo que nos regalaban una lujosa mazmorra digital y virtual que asfixia al buscar con ansias la aprobación de los demás. Nadie nos dijo que nos regalaban la facilidad de comparación y el terrible deseo de sentirse amado por personas que quizás en el fondo no les interesamos y que no estarán presentes para darnos un abrazo cuando ambos estemos llorando.
Nos regalaron la tendencia de comparar lo que estamos haciendo para demostrar que nuestra vida es mejor, que somos mejores siempre y cuando no conozcan nuestros errores, nuestro carácter, las luchas con nuestros pecados. Nos regalaron la facilidad de consolar sin necesidad de escuchar, de no caminar la milla extra para recordarnos que nos tenemos.
Nadie nos dijo que nos estaban regalando el pretexto perfecto para estar, sin estar, en cualquier lugar; para aislarnos del mundo real, ese mundo que duele, que grita, que gime y llora por un salvador. Nos regalaron un mundo ideal a través de nuestras pantallas, donde es más fácil sentir ira y llorar con emoticonos al ver una injusticia y al cambiar de imagen, olvidarnos de la compasión que sentimos y reír con memes tontos.
Nadie nos dijo que buscaríamos sin cansarnos la forma de redimir lo que nos regalaron, porque quizá y solo quizá, sea más fácil y cómodo conservar ese artefacto lujoso que habla bien de nosotros antes que salir y abrazar, mucho antes quizá de compartir las buenas nuevas con aquel que no sabe de nosotros.
Nadie nos dijo que nos estaban regalando felicidad efímera, falsa en el que, a través de una aplicación, este día estaría hablando con pesimismo e ironía acerca de esta realidad. Una realidad que nos negamos aceptar porque nos hemos acostumbrado poco a poco a rescatar lo bueno de entre todo lo malo.
Buscamos liberarnos de ese grillete, esa cadena y la mazmorra al compartir mensajes que lleguen a los corazones que, por ratos y momentos se han sentido defraudados, solitarios, rechazados por un mundo que vive absorto en sus pensamientos o en sus pequeños reinos virtuales.
Con ironía lanzamos mensajes al mundo entero para recordarles que hay más vida fuera del mundo virtual; hay un mundo real, uno en el que vale la pena estar, disfrutar, vivir con un remanente fiel quienes están dispuestos a tomar fotos, capturar momentos, hablar, abrazar y amar sin necesidad de tener que ser compartidos para hacerse viral.
Nadie nos dijo que nos regalaban una falsa libertad que, si somos sabios, hoy podemos usar para recordar y enseñar a las nuevas generaciones que hay algo mucho mayor y mejor fuera de lo virtual, que la verdadera libertad no se encuentra en algo, sino en Alguien: Cristo.
Necesitamos más vida real, la que cuenta, la que florece, la que llora, vibra, hiere, perdona, abraza y nos recuerda que vamos a un lugar mejor, donde habitaremos juntos, sin filtros, sin likes y sin la incesante necesidad de publicarlo en toda red social.
Enséñanos a contar de tal modo nuestros días,
Que traigamos al corazón sabiduría.Vuelve, Señor; ¿hasta cuándo?
Y compadécete de Tus siervos.
Sácianos por la mañana con Tu misericordia,
Y cantaremos con gozo y nos alegraremos todos nuestros días.Salmo 90:12-14
Mis memorias | Abril 2022
KF