Somos la representación gráfica de Dios en la tierra. No lo representamos de manera perfecta porque Él es santo, nosotros somos pecadores. Su imagen que fue plasmada en nosotros (Gn. 1:26-27), desde antes de nacer, está manchada por el pecado (Sal. 51:5), no lo representamos tal cual debería haber sido.
Cuánto nos amará Dios que, a pesar de la pecaminosidad en nuestros corazones, Él decidió pulir su imagen en nosotros. Nos dio a Su Hijo Jesucristo para hacernos santos, como Él es santo (1Pe 1:16); hizo de nosotros la habitación para el Espíritu Santo, para que cada día de nuestro peregrinar hacia la ciudad celestial, Él esté puliéndonos, abrillantando la imagen de Cristo en nosotros para poder reflejarlo —aunque minúsculamente de inicio— con mayor claridad a un mundo que necesita desesperadamente anclarse al único ser que transforma el alma.
Muestra a Cristo
Somos embajadores, portadores, somos luminares del evangelio, es decir, de las buenas noticias que todos los seres humanos necesitamos escuchar. Reflejamos al que vive en nosotros, reflejamos al Dios en quien hemos creído, al Dios que conocemos. No por mero intelecto, sino porque la imagen de Su Hijo está moldeando nuestra vida de dentro hacia afuera. Mostramos a Cristo.
Mostramos a Cristo cuando reflejamos aspectos de su carácter. Cuando actuamos de acuerdo a la obra del Espíritu Santo en nosotros.
En muchas ocasiones hacemos cosas sin pensar que estamos mostrando a Cristo. Nos sale de manera natural porque Él está actuando a través nuestro, para mostrar Su gloria, para brillar a través nuestro porque su obra en nuestros corazones es evidente, aunque sea imperceptible a nuestros ojos. Pero también hay momentos en los que de manera consciente actuamos con base en el evangelio que hemos creído, por amor y gratitud al Dios que se nos ha dado a conocer.
No obstante, la imagen de Dios aún no es perfecta en nosotros, esa obra no ha terminado. No siempre mostramos a Cristo como deberíamos hacerlo. No siempre el evangelio que hemos creído resplandece a través nuestro. No siempre andamos como Él anduvo. Pero si hemos de mostrar a Cristo, que sea en lo cotidiano de nuestra vida.
Mostramos a Cristo en lo rimbombante e hiperbólico de nuestro día a día, pero también en lo minúsculo, en lo invisible a otros, en lo que solo nosotros podemos darnos cuenta de que, si no fuera por la obra de Dios en nuestros corazones, habríamos actuado de manera diferente.
Mostramos a Cristo al mostrar misericordia a otros, al perdonar, al extender la mano al necesitado, al servir a otros, al dar sin esperar nada a cambio, al consolar, exhortar, escuchar, al estar, estando… Pero también mostramos a Cristo al no decir las palabras hirientes que estaban a punto de desbordarse por nuestros labios, al borrar ese tuit que no mostraba gracia. Mostramos a Cristo en el mail que decidimos no enviar, en los chistes de doble sentido que decidimos ignorar. Mostramos a Cristo en las discusiones sin sentido en las que no decidimos participar; en los chismes y calumnias que nos detuvimos de proclamar a gran voz.
Mostramos a Cristo en el bocadillo extra que decidimos no degustar sin hambre, en los videos y películas que preferimos bloquear. Mostramos a Cristo en la mirada compasiva que dimos en lugar de la llena de altivez y desprecio. Mostramos a Cristo en poner la mejilla cuando otros nos han puesto el pie; en dar la mano que ayuda cuando otros nos han estorbado para avanzar. Mostramos a Cristo en público y en privado también, cuando vivimos en integridad rodeados de obscuridad sin fin.
Sin distinción
Si hemos de mostrar a Cristo que sea sin distinción de personas. No deberíamos elegir a quiénes sí y a quienes no les mostraremos a Cristo. No deberíamos ser bondadosos con unos y maliciosos con otros. No deberíamos mostrar misericordia con unos y buscar vengarnos de otros. No deberíamos exaltar a unos y calumniar o difamar a otros. No deberíamos… sin embargo, lo hacemos.
No somos perfectos. Seguimos en construcción, hay gracia y esperanza para nosotros también. Podemos clamar como el salmista lo hizo, al decir:
¡Mi herencia eres tú, Señor! Prometo obedecer tus palabras. De todo corazón busco tu rostro; compadécete de mí conforme a tu promesa. Me he puesto a pensar en mis caminos, y he orientado mis pasos hacia tus estatutos. Me doy prisa, no tardo nada para cumplir tus mandamientos. Aunque los lazos de los impíos me aprisionan, yo no me olvido de tu ley. A medianoche me levanto a darte gracias por tus rectos juicios. Soy amigo de todos los que te honran, de todos los que observan tus preceptos. Enséñame, Señor, tus decretos; ¡la tierra está llena de tu gran amor!
Sal. 119:57-64 NVI.
Seguimos en construcción. La imagen de Cristo que debemos reflejar a otros, aún no ha terminado de ser pulida. Pero Dios trabaja en nosotros, nos da el deseo y la capacidad para obedecer y mostrar a Cristo cada día. Somos sus hijos, Él no nos dejará a la deriva luchando con nuestras propias fuerzas, le pertenecemos. Somos sus hijos, santos, amados, perdonados y podemos vivir de esa forma; es decir, ser quienes somos en Él.
«Con el Evangelio, hay esperanza de limpieza. Con el Espíritu, hay esperanza de poder. Con Cristo, hay esperanza de transformación. Con la Palabra de Dios, hay esperanza de santidad»[1] y de mostrar a Cristo más y mejor conforme caminamos por el camino angosto, sin desmayar, sin perder el rumbo, sin claudicar…
En Su Gracia
KF
[1] DeYoung Kevin, Una grieta en tu santidad (Editorial Peniel, 2015), p. 161.
¿Conoces mis libros?
Hogar Bajo Su Gracia con Lifeway Mujeres y BH Español. Disponible en las librerías cristianas de tu preferencia: Amazon | camino de la vida | Librería Beraca Mx
El secreto del gozo con BH Español. Disponible en las librerías cristianas de tu preferencia: Amazon | camino de la vida | Librería Beraca Mx
El azul es para los niños con EBI. Disponible en las librerías cristianas de tu preferencia.
Visítame en: Instagram | Gorjeo | facebook | Buenas lecturas | Soldados de Jesucristo | Blog de EBI | TGC | Lifeway Mujeres