Pensar lo mejor de los demás siempre, suele ser complicado cuando nuestros ojos están acostumbrados a solo captar lo que está torcido y fracturado, lo que es evidente a nuestros ojos. Quizá por eso Antoine de Saint-Exupéry decía que lo escencial es invisible a los ojos.
Nuestros ojos tienen la capacidad de ver imágenes por instantes y nuestra memoria la almacena por décadas si es necesario.
Capturamos momentos eternos
Además, por alguna soberana razón, las imágenes —o los momentos— que se quedan fijos en nuestra memoria suelen ser negativos. ¿Por qué será? Quiero pensar que es para que de manera intencional aprendamos a ver lo bueno en todo. Para que aprendamos a observar con detenimiento, a escuchar más de lo que vemos, a entender las palabras que se dicen, las que no y las que sólo se expresan con actitudes.
Ver lo bueno en los demás requiere intencionalidad, pero también tiempo, humildad y una alta dosis de amor para poder discernir la gracia que se hace evidente en pequeños frutos de aquellos con los que comenzamos a caminar.
Requiere más que sólo diagnosticar desde nuestra mirada de corto alcance y lo que es evidente a nuestros ojos. No es sencillo, pero ¿quién dijo que ver lo bueno en medio de lo malo sería sencillo? ¿Quién dijo que podríamos ver con nuestros propios ojos el momento exacto en que la semilla seca que cayó en tierra fértil se rompería para dar vida y fruto en cierto período de tiempo?
¿Quién dijo que seríamos testigos del momento en que la muerte daría vida en un abrir y cerrar de ojos? Tenemos la capacidad de ver los frutos, pero no hemos sido testigos del momento en que inició la vida de éste, ni lo que ocurrió en el transcurso hasta llegar a lo que vemos por fuera.
No nos será sencillo quizá porque hemos estado mucho tiempo afirmando y proclamando los malos frutos de otros. Hemos tomado tiempo suficiente para analizar y escudriñar la evidencia del pecado y los frutos malos en la vida de los demás que, lo bueno en ellos, por medio de Cristo, quizá lo vemos muy pequeño. Quizá no lo vemos.
Reflexionemos antes de responder: ¿Por qué habríamos de magnificar los malos frutos por encima de la evidencia de la gracia de Dios en los demás o incluso en nosotros mismos?
¿Acaso nada bueno hay? ¿Acaso Cristo no manifiesta su gracia en aquellos que le conocen? ¿Acaso los frutos malos tienen más peso que los buenos frutos que han germinado por medio del Espíritu Santo?
Si nuestras afirmaciones a los demás están más centrados en lo que esperaríamos ver en ellos de acuerdo a nuestros gustos, nuestras agendas, nuestros anhelos y deseos, más que en dirigir la atención al Dios que obra en los corazones de los arrepentidos y lo que está haciendo en ellos, entonces quizás sea necesario cerrar los ojos para volver a mirar con más claridad.
Esto no quiere decir entonces que guardemos silencio ante el pecado, o que hagamos caso omiso a los frutos malos; sino a que cuidemos de no olvidar la gracia y aún la evidencia mínima de que Cristo está obrando en los corazones. Si miramos con detenimiento e intencionalidad, seguramente encontraremos evidencias de la obra de gracia de Dios en ellos. ¡Y qué bendición será alabar a Dios por eso!
Aprender a cerrar los ojos para volver a mirar con claridad las evidencias de gracia, aquellas evidencias que durarán por la eternidad.
En Su Gracia
KF
Gracias por escribir esto, afirma un pensamiento que he venido teniendo desde hace tiempo. No podemos centrarnos en ver los defectos o pecados de otros, sino que debemos ir más allá y amar y agradecer lo que Cristo hace en aquellos que en algún momento nos ofenden.
Muchas gracias querida Karla por tus escritos, sin duda es la obra de gracia, como dices, Dios usándote, para animar o consolar.
En medio de nuestros conflictos, podemos ver la gracia de Dios obrando.
Y si no lo veo, cerraré mis ojos, para orar y volver a abrirlos para admirar y alabar al Autor de todo.
Dios te bendiga y continúe guiando querida.
Sandra Burgos
1 Pedro 3:15