Cuántas historias podríamos contar si tan solo supiéramos de todas aquellas personas que se han entrelazado con nuestra historia. Cuántas personas han sido parte de nuestras vidas y nosotras de las de ellas; cuántas desde que nacimos, aquellos que conocimos y de los que nunca supimos. Vidas que se cruzan no por error o casualidad, sino en el plan divino, en el plan redentor, siempre hubo una razón.
Quién pudiera pensar que el hombre que nos topamos al cruzar la calle, quien nos saludó con entusiasmo y nos hizo sonreír cuando íbamos absortas en nuestros pensamientos, en el plan perfecto de Dios estaba ahí por una razón. Imperceptible a nuestros ojos, común y ordinario a nuestros días, pero no así para nuestro Creador. ¿Por qué hemos perdido ese asombro por las vidas que nos rodean, por ser parte de una comunidad tan extensa, infinita como las estrellas del cielo, como la arena del mar?
Sonrisas breves que se desvanecen y desaparecen en un instante de tiempo. Ojos que miraron nuestros ojos e hicieron un clic nos conectaron a sus vidas y, quizá, nunca jamás los volveremos a ver. ¿Cuántos hemos olvidado? ¿Con cuántas vidas nos habremos conectado en un ínfimo momento? Momentos desapercibidos a nosotros, pero no al Dios que lo planeó.
Nada pasa por coincidencia, nada es por casualidad. Cada persona con quien hemos tenido contacto a lo largo de nuestra vida ha cumplido un propósito en su tiempo, en su espacio. Personas que quizás jamás volveremos a ver, otras de quienes ni siquiera nos enteramos que fueron parte de un instante en nuestro paso por esta tierra.
¿Por qué hay tantas vidas que convergen y se encuentran entre sí? ¿Qué aportan a nuestra vida? ¿Por qué Dios las permite? ¿De cuántas personas somos parte no esencial, pero sí presente, aunque un instante en sus vidas? ¿Cuántos corazones habremos guiado al maestro?
¡Qué privilegio poder existir y vivir con un propósito mayor al que imaginamos! Entre millones de humanos, ¿por qué no colisionamos y nos percatamos de que existimos? ¿De qué forma nuestra vida nueva impacta al mundo? ¿Cómo nos ayuda a extender el evangelio?
Quisiera entender el propósito, la razón; extenderme más allá. Solo pensar que en el plan de Dios Él está haciendo su voluntad, cumpliendo un propósito a través de las vidas que se entrelazan a lo largo de los años y generaciones; desde la eternidad y hasta la eternidad. Usando hombres y mujeres creados a Su imagen para avanzar su Reino pasando de generación a generación su mensaje, la oportunidad de la salvación y, la esperanza de la resurrección.
¿Qué de nosotras en la vida de los demás? ¿Qué sería de aquellas personas con quienes tuvimos contacto en algún momento de nuestras vidas? ¿Cómo nuestro paso por esta tierra y el hacer presencia en sus vidas los lleva a cumplir el propósito de Dios? ¿Cómo nuestras sonrisas y amor por nuestros maestros en la escuela primaria los llevó a cumplir sus planes y propósitos?
¿Cómo nuestras palabras de afirmación ayudaron a la niña que lloraba en el salón? ¿Qué hay de aquellos malos tratos y malas palabras que les dijimos a otros? ¿Cómo eso pudo ser soberanamente usado por Dios para formar el carácter de aquellos a quienes herimos y a nosotros reconocer nuestra necesidad de un Salvador? De alguien que nos salvara de nosotros mismos. ¡¿Cómo Dios nos usó no por ser buenos o perfectos; sino porque Él así lo decidió?!
Oh, Señor ¡cuánto amor! Cuánto amor al dejarnos ser parte de la vida de otros. Muchos sabiendo, otros sin conocer los procesos de vidas; un gran número de testimonios que quizá nunca conozcamos. Años, etapas en las que no tuvimos consciencia de que estábamos siendo usados por Dios para dirigir o encaminar las vidas de aquellos quienes nos encontraron en su camino. Años sin saber de muchos de aquellos que Dios ha usado para que nosotros sigamos caminando, un día a la vez, con pasos largos unas veces, cortos otras más, pero sin prisa y sin pausa para llegar al final. Ellos y nosotros cumpliendo un plan, un diseño perfecto…
Hombres y mujeres de todas las edades; oficios, profesiones y vocaciones que se encuentran para ayudarse unos a otros a seguir avanzando hasta la meta. Quiero nunca olvidar que, siendo vasijas de barro, todos podemos aportar, nutrir y bendecir a otros muchas veces sin saber. Quiero nunca olvidar que no se trata de la vasija, sino de aquel que la creó, la limpió, la transformó y con todo su amor la llenó para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros (2 Cor. 4:7).
Historias, vidas que se entrelazan para bien o para mal, pero sin duda, ahora que mis ojos se han abierto a esa realidad y al saber que un instante en la vida de otros impacta, anhelo esparcir flores por donde camino, por si acaso hay alguien que necesita recordar que no solo hay cardos y espinos en su andar.
Flores en el camino que les haga recordar que hay alguien mayor que es capaz de cambiar el desierto en un manantial, por amor y por su abundante capacidad para saciar el alma sedienta y darles vida eterna, porque la muerte con la muerte y resurrección de Cristo ha sido vencida.
Flores en el camino…
Gracias por compartir lo que el Señor te habla al corazón, sin duda alguna que te usa para hablarnos también. Un abrazo!