Gracia y amor derramado en la piel que se estremece con el viento helado en lo excelso de un atardecer junto a mis seres más amados. Párpados que contienen lágrimas que externan los sentimientos que se anidan en mi ser; de gratitud, de alegría, de nostalgia por pertenecer. Demasiada gracia.
Gracia derramada para que mis manos puedan sostener entre ellas los rostros de mis hijos, cuando cabizbajos y en llanto ahogado, son entristecidos por la realidad del mundo que por el pecado se ha fracturado.
Gracia derramada en mis brazos que rodean con amor a los que sufren, a los que lloran; que rodean con regocijo a los que ríen, a los que gozan. Gracia derramada en una voz que recita palabras de ánimo, de aliento y afirmación; pero también de corrección y exhortación. Voz que busca reflejar un poco la belleza celestial del lenguaje que nos une.
Evidencias de gracia en una pluma y papel en mi regazo para plasmar con fidelidad e intensidad las ideas, pensamientos y frases que de la mente han bajado al corazón para dar vida a los relatos que buscan activar las manos que, con amor del bueno, han buscado servir al reino del Dios que amo tanto.
Gracia derramada en las carencias que se cuelan fríamente por las rendijas del corazón, pero que traen una necesidad del calor y del amor que se encuentran en el Dios de toda consolación. Gracia derramada en la evidencia del pecado, evidencia que conlleva dolor a mi corazón y un anhelo constante de presentarme a Dios en oración; con manos y rodillas al suelo buscando la sabiduría del Hijo unigénito que descendió desde el mismo cielo que amo contemplar cuando mis ojos no alcanzan a visualizar su inmensidad.
Gracia derramada cuando logro entender la capacidad que tengo de pecar y hacer el mal. Es gracia derramada para entonces jamás pensar que tengo una vida perfecta, que soy un estándar a alcanzar; para jamás pensar que no necesito un Redentor, para entonces anhelar más su presencia y su gracia todos los días de mi peregrinar a la ciudad celestial.
Evidencia de gracia por la bondad del Dios Trino que mis ojos y mi corazón abrió para ver y entender que teniendo todo y nada aún imperaba la necesidad de ser rescatada. Evidencia de gracia al entender que mi gran necesidad de volver a los brazos de Padre imposible era para mí.
Quise encontrar el camino de vuelta a la casa del Padre, parecía buena idea encontrarlo con mis propias manos, abriendo puertas, cruzando brechas, tomando caminos que parecían mostrar la verdad. Pero ingenua fui, a cuántas mentiras creí, que anhelando volver, en mi búsqueda me logré perder hasta un desierto llegar a pertenecer.
Un desierto que logró convertirse en mi refugio, un hogar a mi corazón desolado; aunque sedienta e inerte mi voz, mi corazón aún latía y me mantenía con vida. «El desierto es un buen lugar para ser encontrado» escuché decir.
Entendí que para llegar al jardín del que nunca debimos salir, ningún camino que se ha trazado con manos humanas ha sido suficiente. Ningún camino manchado con el pecado, fracturado en sus cimientos, llega a él.
No puedo hacer caminos para llegar al Padre, el camino es trazado desde la cruz cuando los brazos abiertos sostuvieron el cuerpo destrozado de aquel hombre que por los pecadores se hubo entregado en un último suspiro al decir: «Se ha consumado». El camino de vuelta al Padre ante los pies de los arrepentidos se abre, angosto, por una sola puerta para que nuestros pies sigan la voz de quien por su amor nos llamó a andar como Él anduvo.
¿Qué mayor evidencia de gracia que al tener todo y nada podemos seguir viviendo con esperanza contra esperanza? Desde lo más profundo de nuestro corazón podemos clamar con gran voz:
«Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, Pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre» (Sal 73:26).
Solía pensar que las vidas que parecían tener menos problemas, los matrimonios que parecían perfectos, los hijos que parecen de catálogo, las habitaciones impecables, las fotos de ensueño en las vacaciones soñadas eran evidencia de la gracia de Dios. Sin embargo, toda vida apunta a Cristo, todo da evidencia de la gracia de nuestro Salvador.
La historia nunca se ha tratado de nosotros; nunca ha sido acerca de la perfección de una generación. Toda la historia conocida ha apuntado a Cristo, desde la Creación. Las vidas de personas creadas a la imagen de Dios con todo y sus pecados, errores o aun con todos sus aciertos y vidas dignas de imitar, todas ellas apuntan a nuestra necesidad de Cristo porque no hay uno solo que jamás haya pecado. Cuando todo parece perfecto y cuando todo es un caos en nuestros días, apuntan a Cristo.
No pienses ni por un momento que tu vida imperfecta no da evidencia de la gracia de Dios; o dicho de otra manera, no pienses ni por un momento que para dar evidencia de la gracia de Dios tu vida debe mostrar perfección. Es por medio de la gracia de Dios que todos los días podemos caminar con la confianza de que Él está trabajando en nuestros corazones, de que esa transformación es real, lenta en muchas ocasiones, pero segura y perpetua.
La gracia de Dios en nuestros corazones no nos hará totalmente perfectos en este mundo, pero sí más parecidos a Cristo cada día; sin prisa, pero sin pausa, hasta el día que nos encontremos con Él cara a cara.
Evidencias de gracia en días soleados y en días grises; en vidas caóticas y en vidas felices. En todo y con todo, Cristo reina.
En Su Gracia
KF
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Cada escrito me bendice y me ayuda en mi caminar día a día conforme a la voluntad de Dios.