«Cómo hacerse escritor. En primer lugar, hay que escribir, naturalmente. Luego, hay que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interesa a nadie, incluso cuando tenemos la impresión de que nunca interesará a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulan en los cajones y los olvidamos para escribir otros».
Agota Kristof
La vida del escritor, como lo he mencionado en diferentes ocasiones, no es glamorosa. No es una vida de ensueño en donde estás en un santuario de paz rodeada de árboles y flores, mariposas y pájaros cantando mientras el rocío de la mañana recibe los primeros rayos de sol para que la inspiración venga de algún lugar recóndito en el universo como si fuera solo en ese momento, en ese lugar, para todos aquellos iluminados y elegidos que se encuentran en esa utopía.
La realidad, o bueno, mí realidad es diferente. He escrito libros en los últimos siete años, libros que han nacido entre lágrimas, depresiones, enojos, felicidad extrema; libros que se han ido formando poco a poco entre los cambios de pañales de mis hijos, los momentos libres entre el guisar y lavar la ropa. Libros y artículos que han sido narrados mientras acompaño a mis hijos en sus clases y ellos escriben también. Algunas veces han sido escritos en notas en mi celular en los tiempos “muertos” mientras viajaba hacia la casa de mis padres, otras de pie frente a la ventana de mi habitación.
Muchas muchas veces han sido escritos a la luz de una pequeña lámpara muy de mañana o muy de noche, mientras todos duermen; mientras el silencio ensordecedor me acompaña y me anima a centrarme en mis pensamientos y recrear en mi imaginación los posibles escenarios que plasmaré en una hoja de papel, los que tal vez serán leídos por miles, o por mi pequeña tribu. Momentos en los que mi mirada se clava fijamente en la pared de enfrente como haciendo un mapa mental para recordarme qué es lo que debo escribir, lo que no debo; y ¿por qué no? Recordar si acaso el punto y coma lo sigo utilizando mal.
Otras veces ha sido frente a mi esposo, con un café caliente que él prepara para mí y que, a su vez, bebe el suyo mientras yo me ausento en mis pensamientos. Él me acompaña en silencio, acaricia mi espalda para dejarme saber que está aquí, para mí, para que cuando pienso y redacto en voz alta —él que me conoce mejor que yo— sabe identificar cuando estoy bloqueada, cuando me estoy perdiendo, cuando estoy por colapsar. Sus manos cálidas me recuerdan que es un trabajo comunitario y que cada libro y cada artículo no solo me pertenecen a mí, sino a la pequeña familia en la que Dios me ha permitido vivir, crecer en mí santificación y conocerle más de cerca. Soy afortunada, soy bendecida.
Es posible que al leer todo esto pareciera que es sencillo escribir, que cualquiera lo puede hacer si tan solo se sienta frente a su cuaderno con una pluma en mano esperando que la tinta corra sin parar. Pero, seguramente a todos nos ha tocado la peripecia de encontrarnos con una pluma que comienza escribiendo de manera suave, la tinta se desliza fácilmente como si una bailarina en hielo interpretara de manera perfecta el baile que la llevó a ganarse la medalla de oro mundial para después, esa misma pluma, de manera altanera, cobrando venganza por todas aquellas plumas que perdimos por descuidados, deja de escribir la letra “d” para simple y caprichosamente escribir la letra “a” una y otra vez.
Escribir no es sencillo, no. Ahora mismo no puedo dejar de pensar lo que un querido pastor, excelente escritor, editor y amigo me escribió hace poco. Parafraseo lo que más me impactó:
«Escribir es un arte cuya habilidad está en el pensamiento y en el alma».
Pepe “la leyenda” Mendoza quien Dios ha usado en incontables ocasiones para recordarme quién soy, por qué y para quién hago lo que hago. Cuando estoy perdida en este parkour literario, escucharlo o leer sus mensajes, me centra, me trae de nueva cuenta al lugar en el que debo estar enfocada; es como si él supiera cuándo necesito escuchar o leer algo que me recuerde lo esencial.
Claro, no es que él lo sepa porque es psíquico, es solo un hombre sensible a la voz de Dios con un corazón pastoral, quien conoce un poco mi corazón y quien me ha visto básicamente nacer y crecer en este bello arte de la escritura, o en mi implacable síndrome de hipergrafía que, estoy convencida de que Dios, que sabe cuándo necesito un destello de su gracia mueve a Pepe para que él, quien conoce mis letras y mi voz, me centre nuevamente al lugar donde debo estar.
Soy afortunada, soy bendecida. Creo que estoy en la temporada de mi vida en la que Dios sigue sembrando, en la que el terreno fértil de mi corazón —que Dios por su gracia ha removido en muchas ocasiones de manera amorosamente violenta—, está preparado para seguir recibiendo esas semillas que en algún momento darán fruto.
Ya no estoy en la etapa donde ese terreno estaba duro, firme, inquebrantable aun al azadón; pero tampoco estoy en la etapa en la que se está rompiendo todo para remover y sacar desde dentro esas rocas que impedían que el agua fluyera hasta el lugar exacto que debía llegar. Esas rocas que impedían que hubiera raíces y, por consiguiente, estaba seca, erosionada, donde me encontraba cavando cisternas rotas para retener agua que no fluía, que no saciaba y que no daba vida. Dios en su gracia me rompió, por amor, para reconstruirme.
Esa tierra se sigue removiendo continuamente, ya no de manera violenta, ya no solo para romper sino, para con cuidado, de manera amorosa y fiel —como solo Dios sabe hacerlo— quitar todas aquellas malezas que puedan estar creciendo alrededor de las semillas que están esperando abrirse para comenzar a fructificar. Semillas que probablemente sigan muertas dentro de la tierra, en espera de esa agua que las vivifique y comience el proceso necesario para en su momento florecer, multiplicarse y dar evidencia de que el tiempo y la forma de fructificar está en sus manos, no en las de alguien más.
Frutos que nos recuerdan que la gloria es de Dios desde que nuestra tierra estaba dura y seca y Él al encontrarnos la rompió. Memorias que nos recuerdan que cada etapa ha estado llena de su gloria, de su gracia, de su cuidado. Cada etapa ha estado llena de Él, aunque no seamos conscientes al ciento por ciento.
Como dije al principio, mi vida como escritor no es glamorosa. Pero gracias a Dios he aprendido a descansar en que Él es soberano, Él reina aun en las letras que escribo, en los libros que han salido a la luz y en los que vendrán después sean publicados o no. No escribo para ser aceptada, para ser leída y aplaudida, para buscar el éxito, para ser parte de un círculo específico, para gustarle a alguien más.
“Escribo para no olvidar” que escribo para aquel por quien he sido aceptada, por el que pagó con su muerte mi vida, escribo por gratitud a Él, por amor a Él. Escribo en respuesta a su fidelidad, a su amor, a que puso en mis manos la forma en la que Él sabía que podía expresarme mejor y darlo a conocer a otros también.
Por eso y por muchas razones más, aunque no sea glamoroso, es que Escribo para no olvidar.
Mis memorias
Enero 2022