Conozco a un niño con ojos que observan con cautela; ojos que escudriñan, ojos que buscan ver más de lo que es evidente. Un niño con una fe que razona, que busca respuestas y escucha con atención. Un niño que no se conforma con lo poco que sabe, siempre quiere conocer más y más de lo que le apasiona, pero también de temas que desconoce en su totalidad.
Cierto día —cuenta su madre— mientras comíamos un guisado de huevo con frijoles, el de la fe que razona preguntó:
—¿Te imaginas cómo sería nuestra vida si viviéramos bien? Es decir, si viviéramos como uno de los futbolistas más famosos del mundo.
—Vives bien —respondió su mamá—. Nunca te has quedado sin comer o sin una cama dónde dormir.
—Sí, eso lo entiendo. Pero me refiero a no tener que salir a vender nuestros productos todos los días para tener de comer al día siguiente. ¿Te imaginas cómo sería no estar preocupados por vender? Es decir, vivir bien —insistió—.
Quizá él comenzaba a entender que es necesario trabajar y esforzarse para generar un ingreso con el cual poder subsistir. Quizá estaba aprendiendo que cuando sea mayor, él será jefe de una familia a quien cuidará y sustentará. Quizá… Pero es probable también que el pequeño de la fe que razona estuviera albergando una preocupación que no le correspondía llevar. No conocemos el corazón de los niños, podemos ver destellos de lo que se guarda en ellos al escucharlos hablar (Lc. 6:45), y en esa ocasión su conversación mostraba una preocupación genuina impregnada de un dolor que sus grandes ojos expresivos no podían ocultar, su madre no lo pasó por alto pero esa sería una charla para otra ocasión.
La madre entendía lo que él trataba de decir, se refería a ser millonarios y vivir sin preocupaciones aparentes. ¡Cuánto dolor puede sentir una madre sin mostrarla a sus hijos! Ella sabía a lo que se refería, entendía su sentir porque lo veía todos los días salir con su padre a vender los productos que con tanto esmero preparaban el día anterior. Un niño que había decidido ser parte del trabajo al que con honradez y diligencia se dedicaba su padre.
—Bueno, el mejor futbolista del mundo no inició su carrera siendo millonario y descansando —dijo su madre mientras él la observaba con atención—. Él inició como tú —continuó—, esforzándose, trabajando duro, creyendo que algún día sería el mejor. ¿Te imaginas que en unos años puedas contar una historia similar? Una historia en la que llegue el momento en el que ya no saldrás a vender para poder comer al día siguiente, sino para generar ingresos que ayuden a otras personas a llevar el sustento a sus propias familias.
El de la fe que razona escuchaba con atención, en sus ojos brillaban algunas lágrimas que estaban siendo contenidas para no salir a borbotones. Comía lentamente, daba la impresión de que estaba visualizando ese momento, un sueño que podía verlo en su interior y que quería mantenerlo grabado hasta el día que lo viera materializado.
—Además —continuó su madre—, debo confesarte que en muchas ocasiones mientras veía que el dinero solo nos alcanzaba para lo necesario, con lágrimas, muchas lágrimas, recitaba a Dios el versículo de la Biblia que dice: «Solo dos cosas te pido, Señor; no me las niegues antes de que muera: Aleja de mí la falsedad y la mentira; no me des pobreza ni riquezas, sino solo el pan de cada día. Porque teniendo mucho, podría desconocerte y decir: “¿Y quién es el Señor?” Y teniendo poco, podría llegar a robar y deshonrar así el nombre de mi Dios» (Prov. 30:7-9).
—¿Te imaginas? —continuó su madre—. Olvidarnos de Dios por causa del dinero sería algo más que terrible. ¿Alguna vez pensaste por qué no tenemos más, por qué no somos millonarios? —preguntaba mientras el de la fe que razona escuchaba con atención—. Yo he pensado —dijo su madre— que tenemos solo para lo necesario porque Dios nos está cuidando o guardando de algo que pudiera ser malo. Imagina lo que sería de nuestras vidas si tuviéramos dinero en exceso; imagina cómo sería la vida de tu hermano que lucha con el materialismo y con tener más y más, quizá estaría perdido entre lujos, vicios ¡o qué se yo!, lejos de Dios y de nosotros. Imagina cómo sería la vida en nuestra familia, quizá no estaríamos juntos tanto tiempo como lo estamos ahora. Imagina cómo sería tu vida, quizá con muchos juguetes, pero sin el tiempo que pasas con tu padre cada tarde que preparan y salen juntos a vender.
—Nunca había pensado que Dios podía estarnos cuidando de algo así —expresó el de la fe que razona—.
—No pienses que exagero o que quiero obligarte a creer haciéndote sentir mal para que entonces agradezcas a Dios por tener poco —continuó su madre—, quiero que entiendas que aún con lo poco que Dios nos permite tener, Él sigue cuidando de nosotros, Él sigue cumpliendo sus promesas y sigue siendo nuestro Padre. Ahora no tenemos riqueza material, pero sí tenemos una riqueza que nadie nos puede quitar, somos hijos de Dios y Él nos dará todo lo que necesitamos.
—Por último —dijo su madre mirándolo a los ojos—, quiero que veas lo bendecido que eres en este hogar; tienes una casa donde siempre te puedes refugiar y tus amigos te pueden visitar, tienes una cama que no compartes con nadie, comida calentita cada día, tienes ropa que cubre tu desnudez, tienes una familia medio loca y rara, pero que te ama más que nadie. Tienes unos padres que se esfuerzan cada día por hacerte saber que hay un Dios que nunca duerme, que te ama y que en algún momento estaremos con Él, en su presencia, viviendo en perfección sin preocupaciones por si vendemos o no, sino disfrutando de Él, por siempre. Pero mientras estemos en esta tierra, mi niño, vivamos como si fuera el último, trabajemos, demos lo mejor de nosotros con gratitud, porque el Dios de los cielos nos dio a Su Hijo para que algún día podamos ser testigos de que la vida será como siempre debió haber sido: perfecta, sin dolor, sin sufrimiento, sin pecado. Vive sin prisa, pero sin pausa, un día a la vez. Dios te ama.
—Así lo haré —sonrió el de la fe que razona—.
Evidencias de gracia en días soleados y en días grises; en vidas caóticas y en vidas felices. En todo y con todo, Cristo reina.
En Su Gracia
KF
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