Con el paso de los años he aprendido a identificar cuando mi diafragma se contrae al ser testigo de las luchas que enfrentan mis hijos con su propio pecado. He estado frente a ellos desde que nacieron y, sus luchas diarias, aunque han cambiado de etapa en etapa, siempre se hacen evidentes aquellas con las que han peleado más. En muchas ocasiones —más de las que quisiera— me he desalentado por no ver avance alguno en sus luchas, por no ver la victoria aún.
Todos nuestros hijos tienen luchas, incluso desde muy pequeños; sería ingenuo pensar que porque son pequeños no las tienen, o porque ya son adultos o independientes han dejado de tenerlas. Eso no sucederá sino hasta el día que bajen al sepulcro o hasta que Cristo vuelva.
¿Cómo podemos definir luchas? Quizá podríamos definirlas como todo aquello que supone un esfuerzo de parte nuestra para llegar a la meta o dar en el blanco; es decir, parecernos más a Cristo. Esa es la meta del cristiano, entonces todo aquello que puede ser un impedimento o una barrera para llegar a esa meta, será una lucha constante en nuestro diario vivir.
Todos luchamos
Algo que necesitamos recordar es que, por el pecado desde Génesis 3, por la rebelión de nuestros primeros padres, todos estamos en constante lucha porque ninguno de nosotros reflejamos de manera perfecta la imagen con la que Dios nos creó. No obstante, estando en Cristo, cuando su Espíritu Santo viene a morar en nosotros es que comenzamos a ser transformados y a parecernos más a Él, comenzamos a reflejarlo aunque no perfectamente. Esa transformación durará toda nuestra vida, así que toda la vida tendremos luchas.
Es probable que muchos de nosotros sepamos cuáles son nuestras luchas, quizá hemos aprendido a identificarlas o ponerles nombre; pero también es probable que no siempre estuvimos conscientes de tenerlas. ¿Y si eso mismo está ocurriendo con nuestros hijos? Es decir, ¿qué tan conscientes somos de que ellos están luchando día a día? ¿De qué manera podemos ayudarles a identificar sus luchas, pero también llenarlos de esperanza?
Cuando son pequeños, nuestros ojos están pendientes de ellos, de lo que hacen, de cómo reaccionan; podemos conocer un poco más su corazón e identificar qué es aquello con lo que luchan para dirigirlos a Cristo. Cuando crecen y comienzan a estar menos tiempo con nosotros por la escuela, los amigos, los empleos o por su personalidad es probable que no identifiquemos todas sus luchas, pero sí aquellas que son más evidentes o con las que batallan más.
Corazón de una madre
Las luchas de nuestros hijos tocan profundamente nuestros corazones. No importa si son pequeños, con luchas pequeñas; o si son mayores, con luchas mayores. Ver a nuestros hijos luchar constantemente y sin respuesta aparente puede desalentarnos. Sobre todo cuando nuestras rodillas han permanecido pegadas al suelo durante mucho tiempo mientras clamamos a Dios por la vida de nuestros hijos para que ellos salgan victoriosos frente a lo que aqueja su diario vivir. Oraciones qué, en ocasiones, a nuestros ojos terrenales pareciera que no son escuchadas.
No obstante, debemos recordar que todo ayuda a bien a quienes aman a Dios. Todo lo que acontece debajo del sol tiene un propósito en las manos de nuestro Dios y nuestras oraciones no tienen fecha de caducidad. Con esto no quiero decir que nuestras oraciones siempre serán respondidas como esperamos, sino que Dios hará de acuerdo a su perfecta voluntad en su tiempo perfecto lo que Él sabe es mejor para nuestros hijos, pero también para nosotras.
Buenas noticias
Esas son buenas noticias para nuestros corazones que anhelan ver a nuestros hijos vencer las luchas con las que han batallado tanto tiempo. Son buenas noticias porque recordamos que la vida de cada ser humano está en manos de Dios. Cada ser humano cumplirá el perfecto plan de Dios con luchas, sin luchas o a pesar de las luchas. Nada ni nadie sale de su control soberano, nadie es un plan B, nadie está por error.
Todos estamos en una carrera, todos llegaremos a la meta algún día. La meta es ser más como Cristo, crecer en semejanza a Él para reflejar mejor su imagen en nosotros mientras estemos en esta tierra. En esta carrera no hay descanso, avanzamos todos los días, nadie retrocede. Quizá no lo veamos o no sea perceptible a nuestros ojos; sin embargo, la obra de Dios en nuestros corazones, aunque no siempre es evidente de manera extraordinaria e inmediata, siempre es segura.
Fuimos creados para cumplir un propósito: glorificar a Dios. Y en ese propósito están incluidas nuestras luchas y también las de nuestros hijos. Cada lucha que tienen ellos, no solo los ayudan a que ellos crezcan en semejanza a Cristo, sino también nosotras. ¡Esas son buenas noticias!
Las luchas de nuestros hijos son una bendición, nos acercan al Padre en oración, pero también a conocerlos más, a amarlos, clamar por ellos y esperar que en el plan perfecto de Dios ellos se parezcan más a nuestro Señor. Un día a la vez, sin prisa, pero sin pausa.
Algún día todo será como debía haber sido al principio; es decir, sin pecado, sin fracturas, sin un mundo roto. Pero mientras esperamos ese día glorioso, mientras estamos en esta tierra, aprendamos a descansar en las manos de nuestro Dios. Las luchas de nuestros hijos no cesarán, pero tampoco cesará la misericordia de Dios; tampoco cesará su gracia ni la libertad de acudir a Su trono con confianza para recibir ambas en abundancia.
La gracia y misericordia de Dios fue derramada por nosotros a través de Cristo, eso debe alentar nuestros corazones cansados. En Cristo estamos seguros, es Él quien nos fortalece, a nosotras y a nuestros hijos; es Él quien nos está perfeccionando, un día a la vez. Y, aunque en esta tierra no veamos su obra completa, algún día todo será como debía haber sido y el fruto de nuestras oraciones lo veremos por fin cumplido.
¿Qué hacer cuando las luchas de nuestros hijos parecen no tener fin? Confiar y descansar en el Señor porque es a Él a quien pertenecemos. Mujer: es Dios quien ha trazado el perfecto plan, la verdadera historia; es Él quien ama a nuestros hijos muchísimo más de lo que podríamos amarlos nosotros. Es Él quien busca el bien de sus hijos, es Él quien nos acerca a Él y va perfeccionando su imagen en nosotros. No desmayemos, confiemos y descansemos con nuestra mirada por encima del sol.
En Su Gracia,
KF
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