Acostumbro observar a las personas; he aprendido a leerlas y entender un poco más de su comportamiento a medida que pasa el tiempo. Suelo prestar atención a detalles que quizá para otros pasan desapercibidos.
Algo de eso me sucedió hace tres noches mientras me encontraba en la cafetería que suelo visitar los miércoles por la tarde. Es una rutina semanal, disfruto mucho el aroma del café recién tostado; disfruto también el sonido tenue de las hojas de los Fresnos que golpetean el techo de lámina de la terraza en la que acostumbro estar para leer y, en ocasiones para escribir también.
Me gusta ese espacio porque es pequeño, al aire libre, es un sitio privado y poco concurrido, o así era hasta el miércoles pasado. Eran cerca de las 6:52 p.m. cuando un par de damas hicieron acto de presencia en la terraza, ninguna se percató de mi presencia. Su plática parecía de suma importancia porque no se distraían una de la otra, se ponían demasiada atención.
Tomaron asiento en las mecedoras colgantes que estaban a escasos metros del sillón en el que acostumbro estar. Ellas seguían hablando con el volumen suficiente como para escuchar su conversación claramente. Dudé por unos instantes en si era preciso salir de ahí y dejarlas hablar con privacidad; pero argumenté conmigo acerca de que acababa de llegar, mi café aún estaba caliente y no había consumido más de un cuarto de él.
Las damas seguían hablando sin percatarse de mi presencia, o quizá sin darle importancia a tener un testigo auditivo y visual a escasos metros de ellas. Suele pasar que cuando estamos absortos en alguna conversación con otra persona, perdemos el sentido del tiempo y también dejamos de percibir a quienes están cerca de nosotros.
Quiero pensar que eso sucedía con ellas porque a pesar de que el mesero se había acercado un par de veces a preguntar si ya sabían qué ordenarían, ellas seguían sin percatarse de él. No fue hasta que levantó la voz para preguntar por tercera vez, que una de ellas, un tanto apenada respondió:
—Oh, disculpe no lo habíamos escuchado. Yo quiero ordenar un café americano con una media luna con mantequilla y mermelada de zarzamoras.
—Yo quiero un capuchino helado con chispas de chocolate y un pastel de tres chocolates —dijo su acompañante—. Hoy me merezco un postre de ese estilo porque toda la semana he estado cuidándome, así que… ¡que el cuerpo sienta lo que recibe!
Ambas se rieron y agradecieron al mesero. Estaba por regresar a mi lectura cuando su conversación me distrajo una vez más. Todo esto de las relaciones entre humanos siempre ha llamado mi atención, es a través de ellas que he podido darme cuenta de que los humanos somos complicados. Complicados, pero también hay algo en nosotros que, a pesar de eso, nos mantiene cerca unos de otros. Me intriga, me emociona, es algo más fuerte que nosotros mismos y no todos han logrado entender qué es. Fingí estar absorto en mi lectura, pero la realidad es que quería saber qué es lo que las tenía tan interesadas en su plática, así que continué escuchándolas hablar.
—Te decía, Lucía, que desde hace días tenía la intención de llamarte para platicar acerca de un tema que no me he podido sacar de la cabeza. Tú sabes de mi amistad con Leonor y sabes que también soy tu amiga, bueno las tres somos amigas en realidad, pero me intriga un poco el que desde hace unas semanas no menciones nada acerca de ella. ¿Ocurrió algo que yo no me enterara?
—Ay, Sofía… No sabes mentir. Me haces esa pregunta cuando sé que sabes lo que sucedió —dijo Lucía con cierto desdén—. Sé que lo sabes porque desde hace semanas, como bien mencionaste, nuestra amistad se ha distanciado también. Lo noto cuando te escribo y contestas cortante o respondes con monosílabos. Esa reacción tuya me dejó ver que ya sabías lo que sucedió con Leonor, pero no quise preguntar nada.
—Mira, amiga, entre tú y yo, desde que recuerdo, siempre ha existido la transparencia; de hecho es algo de lo que nos jactábamos ¿recuerdas? Bueno, sí, sí sé lo que sucedió. La misma Leonor me llamó para platicarme lo que había pasado entre las dos, pero no quiero que pienses que fue chisme o que fue para dañarte, solo fue una plática entre amigas acerca de lo que sucedió. Es todo.
—¿Y qué es lo que te intriga? —preguntó Lucía—.
—Que tú no me dijiste nada de nada. ¿Acaso ya no confías en mí? Sinceramente —continuó Sofía— esperaba que tú también me llamaras para platicarme lo que sucedió entre Leonor y tú. Pero me quedé esperando, por eso es que te pedí que nos viéramos hoy.
—A ver si entiendo… Querías que te llamara para platicarte de un asunto que tenía que ver con Leonor y conmigo, ¿cómo para qué? Digo, entiendo que somos amigas, y así, pero hay cosas que no siempre son sabias platicar con todo el mundo.
—Pero somos amigas —insistió Sofía—.
—Sí, pero eso no significa que debas saber todo de todo lo que nos pasa a los que somos tus amigos. Espero no se mal entienda y parezca que estoy diciendo que no confío en ti. Es solo que hay situaciones que suceden entre personas y se arreglan entre ellas y ya, no es necesario que los demás sepan.
—No entiendo… de verdad no entiendo. Pensaba que las amigas siempre se dicen la verdad y se cuentan los secretos. Fue incómodo para mí enterarme de lo que sucedió entre ustedes y tener una sola versión. La verdad es que creo que fuiste muy dura e injusta con Leonor.
—¿Deduces eso porque escuchaste su versión solamente? ¿O es en respuesta a la frustración que sientes porque no fui corriendo a platicarte lo sucedido?
—No sé, Lucía, no sé. Solo sé que creo que no confiaste en mí lo suficiente, fuiste dura e injusta y ahora soy una chismosa porque vine a decirte que ya sé lo que sucedió entre Leonor y tú cuando había dicho que no te diría. ¿Me entiendes?
—Creo…
Ambas guardaron silencio mientras el mesero les servía su orden, fue un momento donde se sentía la tensión. Pude ver cierto dolor en los ojos de las dos, me da la impresión de que las dos se quieren mucho, pero también quieren a su otra amiga. Me parece que es difícil cuando en una amistad entre varias personas, una de ellas se siente con cierta carga emocional o moral para con una de ellas. Pienso, y puedo equivocarme, que inclinar la balanza con la que habló primero acerca de la situación, no siempre es bueno. Podemos estar dándole el beneficio de la duda solo a aquellos con los que sentimos empatía por su vulnerabilidad, y quizá muy en el fondo culpamos al que prefiere guardar silencio.
—Sofía, me prometí no hablar del tema con nadie porque para mí ya está más que cerrado. Pero si guardar silencio está estropeando nuestra amistad y tu confianza, puedo platicarte mi versión. Pero antes, quiero que sepas que no busco ser la inocente de la historia, ni tampoco buscaré defenderme. Solo te platicaré lo que ocurrió y cómo es que lo viví; esto solo si sirve para que entre tú y yo no haya fracturas de confianza ni en nuestra amistad. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —asintió Sofía mientras apagaba su celular—. Tienes toda mi atención. Cuéntame. ¿Qué sucedió?
continuará…
¿Conoces mis libros?
El temor y nuestra sed de aprobación con Editorial Portavoz. ¡Descarga una muestra gratis, aquí! Disponible en las librerías cristianas de tu preferencia: Amazon | Christianbooks |
Hogar Bajo Su Gracia con Lifeway Mujeres y BH Español. Disponible en las librerías cristianas de tu preferencia: Amazon | camino de la vida | Librería Beraca Mx
El secreto del gozo con BH Español. Disponible en las librerías cristianas de tu preferencia: Amazon | camino de la vida | Librería Beraca Mx
El azul es para los niños con EBI. Disponible en las librerías cristianas de tu preferencia.
Visítame en: Instagram | Gorjeo | facebook | Buenas lecturas | Soldados de Jesucristo | Blog de EBI | TGC | Lifeway Mujeres