Somos personas caídas, complicadas, difíciles, que viven en un mundo caído, complicado, difícil. Nuestras relaciones personales sufren el embate de todo eso, por lo que, con seguridad, en algún momento, el conflicto hará acto y presencia con todo su furor. Que no nos sorprenda.
Escribí eso en un tuit luego de una plática con los ancianos de mi iglesia local, acerca de los conflictos personales. Una plática que me llevó a reflexionar y a entender más acerca de la forma en que podemos solucionar conflictos. Pues, sin duda, en toda relación compuesta por personas pecadoras, los conflictos estarán presentes.
En el principio
Todo esto me lleva a pensar en cómo lucía la relación entre Adán y Eva en medio del Edén. Cuando Dios los crea, habitaban en una relación perfecta. Ellos hablaban con Dios[1], tenían una comunión perfecta con Él, lo que los llevaba a tener una comunión perfecta entre ellos también[2]. Su relación era como debía haber sido en la historia de la humanidad.
Sin embargo, en el mismo Edén donde reinaba la comunión entre ellos, un día se rompió. No por diferencias entre ellos, no por egoísmo o por falta de perdón u orgullo. Un ser maligno que desde el inicio de la creación ha buscado acabar con todo aquel que tenga la imagen de Dios, hizo acto y presencia. Fue la serpiente antigua quien entre medias verdades sedujo a la mujer para que cayera en sus redes y engaños y así dar comienzo al plan maléfico con el que buscaría acabar con la humanidad que recién comenzaría a poblar la tierra.[3]
Sus artimañas dieron resultado. Adán y Eva al creer la mentira que había algo más que ellos no conocían y que los haría como Dios, comenzaron un viaje sin retorno al oriente del Edén[4], lejos de la presencia de Dios. La relación perfecta que tenían con Él se había roto y, por ende, la relación entre ellos tampoco sería igual. El pecado había entrado en ellos, ambos ahora se veían con vergüenza, cargaban con el peso de la culpa y el pecado era evidente a los ojos de los dos[5]. La perfecta comunión se rompió.
Todo pecado se comete primero contra Dios. Cuando se dañó la relación entre Adán y Eva fue porque primero se dañó con Dios. Las fracturas en nuestras relaciones solo dejan ver que nuestra relación con Dios no es como debería ser. Por increíble que parezca, nuestra relación con Dios se verá reflejada en nuestras relaciones con los demás.
¿Quién podrá ayudarnos?
Si seguimos de cerca la relación entre Adán y Eva, nos daremos cuenta de que su pecado también afectó a sus hijos, a los hijos de sus hijos y a la humanidad entera. Nuestra relación con Dios fue fracturada, rota; los conflictos entre personas son tan frecuentes que afectan los matrimonios, las amistades y las familias. Vemos ejemplos de ello en la Biblia, como con Abraham y Sarah, Caín y Abel, pueblos contra pueblos, pero también en nuestra vida diaria. La realidad es que las personas pecamos contra Dios y contra nuestro prójimo todos los días. Sin duda, es un panorama desolador.
Imagina un mundo donde todas las personas están contra todas. Un mundo donde todos buscan el bien propio, donde el bienestar de los demás es pasado por alto. Un mundo donde se promueva que “primero soy yo, después yo y al último yo”. Imagina un mundo donde se busque tener siempre la razón aun cuando otros sean heridos y lastimados en el camino. Suena muy parecido a la mentira que se dijo en el Edén… aquella que prometía que algo mejor residía dentro de cada uno, algo que nos hará mejor que los demás, incluso nos haría como Dios.
Urgía un salvador para nuestras almas extraviadas. Urgía que alguien mayor a nosotros nos pusiera en orden. Nos urgía un rey, un rey todopoderoso que gobernara y reinara soberanamente en la creación, en nuestros corazones cegados por el egoísmo, por el amor a uno mismo sin pensar en los demás; peor aún, sin pensar en Dios que nos creó a su imagen y semejanza. Necesitábamos un rey que fuera un pacificador y se nos prometió que vendría:
Porque nos ha nacido un niño,
se nos ha concedido un hijo;
la soberanía reposará sobre sus hombros
y se le darán estos nombres:
Consejero Admirable, Dios Fuerte,
Padre Eterno, Príncipe de Paz.
Isaías 9:6
y Él vino…
La promesa se cumplió, el príncipe de paz vino a esta tierra. La encarnación misma de la paz habitó este mundo en el que el pecado ha hecho estragos desde que el hombre es hombre. Su presencia física estuvo aquí, sus pies pisaron la tierra, sus pulmones respiraron el aire que Él creó; su risa y su llanto hicieron eco en la bóveda celeste. Su vida, muerte y resurrección anunciaron que aquel plan diabólico que se gestó en el Edén no tenía más parte ni suerte en la vida de los que creían a su nombre, quienes escuchaban su voz.
La vida de Cristo nos dio vida nuevamente, su muerte venció la muerte, su resurrección nos dio una nueva relación con Dios. Aquella paz y comunión que se rompió con la rebelión de nuestros primeros padres, con Cristo se restauró. Podemos acercarnos a Dios, podemos hablar con Él, podemos llamarnos hijos, amados, perdonados. Podemos hablar con nuestro Dios, aun no cara a cara, pero sí por medio de Cristo y con el Espíritu Santo en nosotros. Nuestra relación y comunión con nuestro Padre Eterno se restauró.
Cristo traspasó los cielos, se compadeció de nosotros, de nuestras debilidades y nos dio la entrada al Trono de la Gracia[6], donde nuestro Dios y Señor nos recibe, nos escucha y nos mira a través de la obra de Cristo. Él se entregó por completo.
Podemos perdonar
Por medio de Cristo ahora somos reconciliados con Dios. Nos acercó al Padre, somos perdonados, amados, nuestra relación se restauró. Aún no es como debía haber sido, pero podemos estar seguros de que Dios nos conoce, nos escucha, nos recuerda, nos ve.
Es por lo que Cristo hizo, es decir, por el perdón que nos otorgó, que ahora nosotros podemos perdonar a quienes nos han herido o lastimado, podemos actuar de acuerdo a lo que Cristo nos modeló. Podemos hacer frente a nuestros conflictos personales en búsqueda de la restauración.
Cuando pensamos en que Cristo dejó su trono, el cielo mismo para venir a un mundo lleno de maldad y pecado, por amor a nosotros y para restaurar nuestra relación con el Padre, nos quebranta el orgullo que nos ha mantenido a cierta distancia de aquellos con quienes tenemos conflicto. Nos quebranta el orgullo que nos mantiene lejos esperando que cada uno vaya al otro para aclarar el conflicto y ver si es posible la reconciliación. Esto puede suceder entre amigos, colegas, pero también entre familiares o incluso matrimonios.
Pero en Cristo vemos que Él no actuó así. Él no espero a que nosotros nos acercáramos en busca de la reconciliación, Él no cruzó los brazos en actitud arrogante sabiendo que tenía razón para no perdonarnos. Él no solo se acercó a nosotros para restaurar nuestra relación con el Padre, sino que nos dirigió y nos atrajo a Él.
Lo que nosotros no podíamos hacer por vergüenza, culpa y condenación, Cristo lo remedió al venir a nosotros. Él nos modeló con su propia vida cómo es que podemos buscar la reconciliación y restauración de nuestras relaciones cuando se han fracturado por medio de los conflictos.
¿Cómo se vería esto en nuestro día a día? Reconociendo que somos pecadores necesitados de Cristo, de su fortaleza en medio de nuestras debilidades; dependiendo de Él y recordando que podemos imitarlo, de manera que lo reflejemos a Él y lo que ha hecho en nuestros corazones. Cristo nos ha dado el mejor ejemplo de no dar el 50 – 50, sino el 100%.
Es por medio de Cristo que podemos perdonar a quienes nos han lastimado y podemos pedir perdonar a quienes hemos herido y lastimado también. Es por Él que podemos dar el primer paso para la reconciliación en búsqueda de la restauración. Podemos hacerlo, aunque eso implique sufrimiento, dolor y temor al rechazo o a ser heridos y lastimados una vez más.
No estoy hablando de daño físico, sino de que al buscar la reconciliación la otra persona no esté dispuesta a perdonar y tampoco a una reconciliación. Es probable que seamos rechazados, pero no olvidemos que aún Cristo conoce lo que es ser rechazado por muchos cuando Él se acerca a ellos, pero nos ha modelado también que los sigue amando.
Hemos sido bendecidos con la reconciliación en Cristo. Hemos sido perdonados. Padre, Hijo y Espíritu Santo vinieron a buscarnos, nos justificaron a través de la vida perfecta que no podíamos vivir, abrieron un camino al Padre desde el sufrimiento en una Cruz, nos sellaron como posesión suya… cuando entendamos el maravilloso regalo que hemos recibido y lo que costó, quizá dejaremos el orgullo, la apatía y el egoísmo a los pies de la cruz para extender el perdón que a nosotros no se nos ha negado.
Ya, pero todavía no
¿Quieres otra buena noticia? Aún hay esperanza en esta tierra y en la que vendrá. Un día el mundo será restaurado por completo, ya no habrá conflictos, nuestras relaciones personales ya no estarán fracturadas, ni rotas por completo.
Estamos en la antesala de la eternidad y mientras estamos aquí tenemos la oportunidad no solo de crecer en Cristo, sino de hacer brillar su luz en medio de un mundo que cada día parece enaltecer más los conflictos. Un mundo donde no es extraño ver que más y más personas se distancian y ninguna busca ir donde el otro en busca de la paz.
Pero nosotros seamos de aquellos que marcan la diferencia y comparten la esperanza y libertad en Cristo, que siguen sus pisadas y que son pacificadores porque el príncipe de paz habita en ellos y entre ellos. Seamos la luz que refleja la luz principal, un día a la vez, sin prisa, pero sin pausa.
En Su Gracia
KF
[1] Gén. 3:8-9
[2] Gén. 2:18
[3] Gén. 3
[4] Gén. 3:24
[5] Gén. 3:7-8
[6] Heb. 4:14-16
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